EL SEXTO MANDAMIENTO 1. «NO MATARÁS»

INTRODUCCIÓN

El sexto mandamiento es, junto con el octavo, los enunciados más breves en la tabla de los diez (Éx 20: 13; Dt 5: 17). Aparece en Éxodo y Deuteronomio sin variación.

SU SIGNIFICADO MÁS ELEMENTAL LO ENUNCIA MUY BIEN CALVINO:

La suma de este mandamiento es que no debemos hacerle violencia a nadie injustamente. Sin embargo, para poder restringirnos mejor de hacer daño a otros, Él propone una forma particular de ello, hacia la cual el hombre por naturaleza siente aborrecimiento; porque todos detestamos el asesinato, hasta el punto de retroceder ante aquellos cuyas manos están contaminadas con sangre, cómo si hubiera algo contagioso en ellas.
Se debe notar que Calvino citó la violencia injusta como prohibida por la ley; la pena capital, la guerra legítima, la defensa propia, y actos similares no están prohibidos. Calvino añadió, al empezar su estudio de los detalles de la legislación subordinada, que «será evidente, sin embargo, más claro más adelante, que bajo la palabra matar se incluye por sinécdoque toda violencia, golpes y agresión».
Calvino señaló más, en un pasaje más que nunca pertinente hoy: Además, también hay que recordar otro principio, que en preceptos negativos, como se les llama, también se debe entender la afirmación opuesta; de otra manera no sería por ningún medio consistente que una persona cumpla la ley de Dios solo absteniéndose de hacer daño a otros.
Supóngase, por ejemplo, que alguien de disposición cobarde, que no se atreve a atacar ni siquiera a un niño, no mueve ni un dedo para hacer daño a sus prójimos, ¿habría cumplido con ello los deberes de humanidad con respecto al sexto mandamiento? No, el sentido común natural exige más que la abstención de hacer el mal. Y, para no decir más sobre este punto, es claro en el sumario de la segunda tabla que Dios no solo nos prohíbe ser asesinos, sino que también prescribe que toda persona debe considerar fielmente defender la vida de su prójimo, y en la práctica declarar que ese prójimo es alguien a quien ama; porque en ese sumario no se usan frases negativas, sino que las palabras establecen que hay que amar al prójimo.
Es incuestionable, entonces, que en cuanto a aquellos a quienes Dios allí ordena que se amen, aquí pone sus vidas a nuestro cuidado. Hay, en consecuencia, dos partes en este mandamiento:
Primero, que no debemos vejar, oprimir ni estar en enemistad con nadie; y, segundo, que no debemos solo vivir en paz con los hombres, sin promover rencillas, sino que también debemos ayudar, en todo lo que podamos, al desdichado que es oprimido injustamente, y debemos esforzarnos por resistir al malvado, a fin de que no haga daño a los hombres a su antojo.
Jesús, en su sumario de la ley, declaró que las «dos tablas» de la ley se resumen en el amor a Dios y el amor al prójimo (Mt 22: 36-40). «De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mt 22: 40). El significado correcto de la ley incluye tanto el precepto negativo como la afirmación positiva.
Limitar la obediencia, y probar el carácter, solo por el factor negativo es peligroso. Conduce demasiado a menudo a la creencia de que un hombre bueno es como el que Calvino señaló por su ejemplo horrible: el cobarde que no se atreve a «atacar ni siquiera a un niño» pero que es incapaz de todo cumplimiento de sus responsabilidades.
Demasiadas veces la iglesia ha equiparado a estos cobardes con los justos y ha promovido a cargos de autoridad a cobardes rezongones cuyas armas son las de hablar por detrás y llevar chismes.
Pero todos los hombres tienen, como Calvino notó, «deberes de humanidad en cuanto al sexto mandamiento». Si no tratan de evitar el daño, los ataques o el asesinato, son en parte culpables de lo cometido. En muchos casos, la falta de disposición de los testigos a actuar en casos de ataque o asesinato puede evitarles problemas en la tierra, pero producir problemas aterradores y culpabilidad ante Dios.
Por lo tanto, aquí aparece un principio fundamental, que funcionaba en Israel, y en órdenes-leyes cristianos posteriores, y que ha llegado a ser parte de la tradición legal estadounidense: el poder policiaco de todo ciudadano. La ley también pide dos cosas de todo hombre, obediencia e imposición. Obedecer la ley quiere decir en efecto imponerla sobre la vida de uno y hacer que la comunidad de uno la respete. La ley de Dios no es cuestión privada; no es para que la obedezcamos porque nos gusta, mientras dejamos que otros tengan cualquier ley que les parezca.
La ley es válida para nosotros porque es válida para todos; obedecerla quiere decir aceptar un orden universal como obligatorio sobre nosotros y sobre todos los hombres. La obediencia, por consiguiente, requiere que procuremos que se respete la ley de manera total. Este, entonces, es el primer principio importante que aparece en esta ley.
Pero, segundo, como aparece en la afirmación de Calvino, y en el sumario de la ley que dio nuestro Señor, este mandamiento, «no matarás», es más que político en su referencia. Se refiere a más que casos de ataque y asesinato, que son ofensas criminales sujetas a juicio ante las autoridades civiles. El poder y deber policiaco de la persona incluye una defensa común del orden santo. La ley y el orden son responsabilidades de todos los hombres buenos sin excepción.
Los daños a nuestros semejantes, o a nuestros enemigos, que no están sujetos a acción civil o criminal, siguen siendo responsabilidad nuestra. Nuestro poder de policía incluye acción contra hablar a espaldas y regar chismes. También requiere que nosotros, por amor a nuestro prójimo, respetemos su propiedad y su reputación, y evitemos dañarlas.
Esto ciertamente no es menos verdad en cuanto a su familia, su matrimonio y su esposa. Pero nuestro poder policiaco y la prohibición de matar requieren que usemos la tierra y sus recursos naturales enteramente conforme a la palabra de Dios y bajo su ley. Luego entonces, solo una fracción del ejercicio del poder policiaco del hombre es política.
Tercero, la ley deja muy bien claro que la pena capital, la pena de muerte, es parte de esta ley, por lo que no es asesinato el quitar la vida en los términos de Dios y bajo su ley. Dios creó la vida, y solo se puede atacar o quitar en los términos de Dios. Los términos de la vida los establece Dios. Dios como el dador de toda vida establece las leyes para la vida, y para todo lo demás.
De aquí que, todo aspecto de esta ley es una obligación religiosa. El dar y el quitar la vida son aspectos de la obligación religiosa del hombre. Esto quiere decir que el hombre no solo deberá evitar el cometer asesinato, y buscar que se detenga al asesino, sino que debe también pedir la pena de muerte para el asesino.
Cuarto, puesto que la protección y el cuidado de la vida del hombre bajo Dios es la afirmación positiva del sexto mandamiento, se vuelve evidente por qué, conforme a la tradición bíblica, en Israel y en la civilización occidental la medicina ha estado estrechamente ligada a la religión. Tournier ha dicho que «en la misma esencia de su vocación el médico es defensor del débil».
Esta es una interpretación extraña y perversa, moderna en su concepto del enfermo como débil y en su orientación al débil. El médico no se preocupa por el débil como en contra del fuerte y trata a ambos según sea necesario o el cuidado lo requiera. La función del médico es curar y proteger y mejorar la vida del hombre bajo Dios. Esta función conservadora le ha dado a la medicina una orientación conservadora, y una de las funciones de la medicina socializada ha sido el ataque a la medicina debido a su herencia conservadora, que ahora se está perdiendo a pasos agigantados.
Los esfuerzos hacia a un enfoque médico mecanicista y materialista cortan el vínculo entre la medicina y la fe bíblica.
Por otro lado, la medicina psicosomática, a pesar de sus muchos énfasis materialistas, ha servido para dar de nuevo lugar a un retorno a un énfasis bíblico, y lo mismo el interés renovado en el uso santo del suelo y el cultivo apropiado de alimentos.
Quinto, queso bien este mandamiento exige el respeto por la vida, no se debe confundir con el principio antibíblico de Alberto Schweitzer de reverencia por la vida. No es reverencia por la vida sino reverencia por Dios y su palabra-ley lo que es básico para éste y todos los demás mandamientos. Como Ingram anotó, «Todo lo recto hacia Dios se basa en la observancia estricta, sin acomodos, del primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Es por ello contra la ley poner a alguien o algo por delante de Dios».
No se puede poner la vida por delante de Dios, ni la nuestra ni la de ningún otro hombre. Ver la muerte como el supremo mal es, por tanto, moralmente errado. Más bien, la muerte es una consecuencia del verdadero mal: el pecado. Fue el pecado lo que trajo la muerte al mundo, y es con el pecado y no con la muerte con lo que el hombre debe vérselas.
Sexto, hemos visto que este mandamiento tiene una connotación política, social y también religiosa; en verdad, toda su referencia es religiosa. Pero se debe añadir que el aspecto puramente personal también se incluye. Adam Clarke citó esto. Estableciéndolo sobre el principio general, Clarke escribió:

DIOS ES LA FUENTE Y AUTOR DE LA VIDA; NINGUNA CRIATURA PUEDE DARLE VIDA A OTRA.

Un arcángel no puede darle vida a un ángel. Un ángel no puede darle vida al hombre: el hombre no puede dar vida ni siquiera al ser más ínfimo de la creación bruta. Puesto que solo Dios da vida, solo Él tiene derecho a quitarla; y el que, sin la autorización de Dios, quita vida, es propiamente un asesino.
Este mandamiento, que es general, prohíbe el asesinato de todo tipo. Clarke citó entonces diez formas de asesinato, de las cuales cuatro nos interesan aquí:
1. Todos los que (por ayunos y moderados y supersticiosos flagelaciones del cuerpo, y descuido voluntario de la salud) destruyen o le hacen daño a la vida, son asesinos, digan lo que digan una religión falsa o sacerdotes supersticiosos ignorantes. Dios no acepta el asesinato como sacrificio.
2. Todos los que se quitan la vida con soga, acero, pistola, veneno, ahogamiento, etc., son asesinos, diga lo que pudiera decir la investigación del forense, a menos que se demuestre con claridad que el fallecido estaba del todo loco.
3. Todos los que son adictos al desenfreno y excesos; a la borrachera y la glotonería; a placeres extravagantes, a inactividad y holgazanería; y en breve, y en suma, todos los que se dejan influir por la indolencia, intemperancia y pasiones desordenadas, por las cuales la vida se postra y reduce, son asesinos; porque nuestro bendito Señor, que nos ha dado una nueva edición de este mandamiento, Mt 19: 18, propone esto: No cometerás NINGÚN asesinato, no untipo o especie de asesinato; y todos lo que anteceden son asesinos directos o por consecuencia; y su discípulo amado nos ha asegurado que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él (1ª Juan 3: 15).
4. Un hombre que está lleno de pasiones feroces y furiosas, que no tiene dominio de su propio temperamento, puede, en un momento, destruir la vida incluso de su amigo, su esposa o su hijo. Todos estos hombres caídos y feroces son asesinos; llevan siempre consigo la propensión homicida, y no están orando que Dios la subyugue y la destruya.
Las violaciones puramente personales de esta ley incluyen cualquier abuso de nuestro cuerpo que sea destructivo de nuestra salud y en violación de la voluntad de Dios para nosotros. También quiere decir que los arranques mentales que son destructivos y suicidas son contrarios a esta ley.
La aplicación personal incluye marcas, sajaduras y tatuajes del cuerpo, porque el cuerpo hay que usarlo bajo la ley de Dios, y la ley prohíbe tales actos, sea por duelo, como marcas religiosas, o para uso ornamental o de otra naturaleza (Lv 19: 28; 21:5). El tatuaje se practicaba en la religión para indicar que uno se adhería o pertenecía a un dios; también indicaba que un hombre era esclavo, que pertenecía a un señor o dueño.
El creyente, como hombre libre en Cristo, indica el señorío de Cristo con obediencia, no con marcas serviles; el cuerpo hay que mantenerlo santo y limpio para el Señor. La persistencia de una marca de esclavitud entre los hombres es indicativa de la perversidad del hombre.
Séptimo, el sexto mandamiento, como el primero, tiene referencia a todos los diez mandamientos. Cuando la ley declara: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éx 20:3), quiere decir en parte que toda violación de cualquier ley incluye el ponernos nosotros mismos y nuestra voluntad por sobre la palabra de Dios, y es por consiguiente una violación del primer mandamiento. De modo similar, cuando la ley declara: «No matarás», quiere decir que cualquier violación de la primera y segunda «tabla» de la ley incluye una destrucción de nuestra vida en relación a Dios. Pasamos por la pena de muerte y el proceso de la muerte por desobediencia.
Pero, cuando violamos el quinto mandamiento, también traemos muerte a la familia, así como también en la violación del séptimo: «No cometerás adulterio» (Éx 20: 14). No solo a la familia sino también a la sociedad se ataca o mata con las violaciones de este y los demás mandamientos.
El octavo mandamiento, «no hurtarás» (Éx 20: 15), protege la propiedad y por ello protege la vida de la familia y también el orden social. Esto no es menos cierto de las prohibiciones del noveno y décimo mandamientos contra el falso testimonio y la codicia; a hombres y naciones se les hace daño y destrucción por estas cosas.
Así que adorar solo a Dios es la esencia de la ley; vivir es adorar a Dios si usa la vida solo en los términos de Dios. La ley es total, porque Dios es totalmente Dios, absoluto y omnipotente. La salud del hombre es integridad en los términos de la ley de Dios.
Todavía más, la inclinación y dirección de todo hombre es hacia la integridad y totalidad en términos de una presuposición fundamental. La lógica de los hombres y las naciones es que vivan y manifiesten su fe; por grande que sea la inercia social, la dirección de una sociedad la gobierna una presuposición básica, y se mueve claramente hacia el cumplimiento de esta.
El hombre nace en un mundo de significado total, tan total que los mismos cabellos de su cabeza están todos contados, y ni una sola golondrina cae aparte del propósito soberano de Dios; y las flores silvestres (cuya duración de vida es breve y fugaz) son una parte del gobierno total de Dios y tienen un significado en términos del mismo (Mt 6: 26, 30; 10: 29-31; Lc 12: 6-7).
Toda la vida, pues, tiene dirección en términos del propósito creativo de Dios. Incluso cuando el hombre peca, no puede escapar de significado; en su pecado, sustituye con otra dirección y propósito el propósito de Dios en imitación del mandato de la creación de Dios.
Un hombre actúa debido a la fe, y actuará según su fe; «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7: 16, 20). Toda fibra de la vida del hombre está orientada al significado, y actuará, por consiguiente, en forma progresiva con más y más coherencia en términos de su fe. El problema de un período de transición en la historia es que los hombres todavía tienen residuos de su vieja fe, en tanto que actúan de manera progresiva en términos de su nueva fe.
El hombre moderno, como humanista, de manera progresiva deja sus reliquias de la ley y orden cristianos a favor de su corazón y fe humanistas. El hombre actúa según su fe, no según sus decrecientes sentimientos hacia un orden pasado, y hoy incluso los «conservadores» dan señales de su ideología humanista básica.
Por esto, algunos economistas libertarios, cuya economía clásica descansa en un mundo de ley y orden que presupone a Dios, cada vez más están auspiciando el relativismo total. Piden un mercado libre para todas las fes y prácticas, porque ninguna es verdad, puesto que no existe la verdad. El gran enemigo de los «nuevos» libertarios es la fe bíblica, puesto que esta sostiene una verdad absoluta, y muchos que han tenido experiencias con estos libertarios relativistas pueden testificar que aquellos unirán sus fuerzas con cualquiera, incluyendo marxistas, para hacer guerra contra los cristianos.
Los hombres actúan según su fe, y hay una coherencia ineludible en el hombre, porque fue creado en un mundo unificado y total de significado, e incluso en pecado, no puede vivir en ningún otro tipo de mundo. «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos» (Mt 7: 16-18). Hay un proceso hacia la madurez, y hay enfermedades que de tiempo en tiempo infectan a los árboles buenos, pero un árbol es fiel a su naturaleza, y el hombre actúa en términos de su fe básica.
Por tanto, si la orientación de un hombre es hacia Dios por Su gracia soberana, ese hombre se orientará a la vida y a la obediencia a la palabra-ley de la vida.
Pero si las presuposiciones de un hombre no son bíblicas, si su fe básica es humanista, su orientación será hacia el pecado y la muerte. Temeroso de la muerte, hablará con intensidad en cuanto a la reverencia por la vida, pero su naturaleza busca la muerte.
El mandamiento «no matarás» prohíbe el suicidio, porque no somos nuestros, ni podemos usar nuestra vida ni quitárnosla en nuestros propios términos; pero los que están lejos de Dios y de su ámbito-ley tienen tendencias suicidas. En palabras eminentemente verdaderas de sí mismo, y aplicables solo a los réprobos, Oscar Wilde, escribió en «La balada de la cárcel de Reading», escribió que «todos los hombres matan lo que aman».

Sí, los réprobos lo hacen; todos los hombres, actuando según su fe, se matan gradualmente y matan también a su sociedad, o, por la gracia y la palabra-ley de Dios, ellos y sus sociedades avanzan hacia la vida, y eso en mayor abundancia.