INTRODUCCIÓN
El mandamiento «No matarás», tiene,
como su requisito positivo, el mandato de preservar y promover la vida dentro
del marco de la ley de Dios. Básico a este marco de trabajo de preservación son
las leyes de cuarentena.
En Levítico 13—15 se dan leyes
detalladas de cuarentena o separación. Los detalles de estas leyes no son aplicables en nuestros tiempos,
puesto que tienen en mente una era anterior, pero los principios de estas leyes siguen siendo válidos.
Se debe notar que estas leyes, en
particular las que tienen que ver con la lepra, se impusieron en la era
«medieval» y fueron instrumentales para eliminar esa enfermedad de Europa como
un problema serio. Las leyes de estos capítulos son de dos variedades; primero, las que tienen que ver con
enfermedades, Levítico 13: 1—15: 15; y, segundo,
las que tienen que ver con actos sexuales, 15: 16-33; puesto que los
ritos sexuales comúnmente se usaban como medio de comunión con los dioses, las
relaciones sexuales se separaron de manera enfática de la adoración (Éx 19: 15).
La prostitución ritual en los
templos era una parte aceptada de la adoración entre los paganos en la era
mosaica. De nuevo, los actos sexuales están siendo restaurados a un papel
ritual por los nuevos paganos tanto dentro como fuera de la iglesia. Por
ejemplo, Bonthius ha escrito: «El acto del coito debe servir como un símbolo
externo y visible de la comunión, no meramente entre un hombre y la esposa sino
con Dios».
Volviendo a las leyes de
cuarentena respecto a las enfermedades, las que se citan en Levítico 13 y 14
por lo general se describen como lepra
y plaga. El término lepra ha cambiado de significado
ampliamente desde su significado bíblico y «medieval». El significado entonces
cubría una variedad de enfermedades contagiosas.
En términos de esto, el
significado de esta legislación es que las enfermedades contagiosas se deben
tratar con todas las precauciones necesarias para evitar el contagio. Las
legislación es, pues, necesaria dondequiera que la sociedad requiere protección
de enfermedades serias y contagiosas.
El estado, por consiguiente,
tiene poder legislativo para lidiar con plagas, epidemias, enfermedades
venéreas y otras enfermedades contagiosas y peligrosas. Tal legislación la
exige la ley mosaica (Nm 5: 1-4). No solo se declara que es asunto de
legislación civil, sino un aspecto esencial de la educación religiosa (Dt 24: 8).
Es claro, sin embargo, que esta
legislación, que requiere algún tipo de cuarentena o separación de los
enfermos, o de los que atienden a los muertos (Nm 5: 2), tiene implicaciones
más allá del ámbito de las enfermedades físicas. Así como se debe evitar el
riesgo de contagio físico, de igual manera se debe evitar el riesgo de contagio
moral. Esto se indica con claridad:
Habló Jehová a Moisés, diciendo:
Habla a los hijos de Israel, y diles: Yo soy Jehová vuestro Dios. No haréis
como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis; ni haréis como hacen
en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos.
Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos.
Yo Jehová vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas,
los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová (Lv 18: 1-5).
En ninguna de estas cosas os
amancillaréis; pues en todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo
echo de delante de vosotros (Lv 18: 24).
Guardad, pues, mi ordenanza, no
haciendo las costumbres abominables que practicaron antes de vosotros, y no os
contaminéis en ellas. Yo Jehová vuestro Dios (Lv 18: 30).
Guardad, pues, todos mis estatutos
y todas mis ordenanzas, y ponedlos por obra, no sea que os vomite la tierra en
la cual yo os introduzco para que habitéis en ella. Y no andéis en las
prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos
hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación.
Pero a vosotros os he dicho:
Vosotros poseeréis la tierra de ellos, y yo os la daré para que la poseáis por
heredad, tierra que fluye leche y miel. Yo Jehová vuestro Dios, que os he
apartado de los pueblos (Lv 20: 22-24).
Como el último enunciado declara,
Dios se identifica como el Dios que separa a su pueblo de los demás pueblos;
esta es una parte básica de la salvación. La separación religiosa y moral del
creyente es un aspecto básico de la ley bíblica.
Así como la segregación de la
enfermedad es necesaria para evitar el contagio, la separación del mal
religioso y moral es necesaria para la preservación del verdadero orden.
La segregación o separación es
pues un principio básico de la ley bíblica respecto a la religión y a la
moralidad. Todo esfuerzo por destruir este principio es un esfuerzo por reducir
la sociedad a su mínimo común denominador. La tolerancia es una excusa bajo la cual se acomete esta
nivelación, pero el concepto de tolerancia esconde una intolerancia radical.
En nombre de la tolerancia se le
pide al creyente que se asocie en un nivel común de aceptación total con el
ateo, el pervertido, el delincuente, y los que siguen otras religiones como si
no existieran diferencias. El creyente tiene una obligación de conducta
legítima hacia todos, obligación de manifestar gracia y bondad en donde es
debido, pero no para negar la validez de las diferencias que separan al
creyente del que no es creyente. A nombre de la tolerancia se le pide al
creyente que tolere todas las cosas porque el que no es creyente no tolera
nada; quiere decir vida en términos del que no es creyente.
Quiere decir que al orden bíblico
se le niega existencia, porque todas las cosas se deben nivelar hacia abajo.
Un ejemplo, aunque moderado, de
esta intolerancia apareció en la columna de Ann Landers:
Querida Ann Landers: ¿Por qué les
pones orquídeas a las vírgenes sin saber toda la verdad? Si pudieras ver a
algunas de estas muchachas de flores blancas sabrías que no se las pueden
entregar. ¿Por qué no usar tu valioso espacio del periódico para elogiar a la
muchacha sexy, buscada, a quien los hombres constantemente están persiguiendo y
algunas veces atrapan?
Soy una mujer que anda en los
cuarenta, y que ha trabajado diez años con mujeres jóvenes en un grupo de
secretarias. Veo a estas santurronas en sus blusas blancas hasta la cintura y
pantalones holgados, tan engreídas y orgullosas de su castidad, como si
tuvieran alternativa. Me enferman.
Apenas el viernes pasado en el
baño de mujeres una preciosa pelirrojita, apenas de 21 años, gimoteaba su
experiencia. A Lucy la había dejado plantada un ejecutivo después de seis meses
de cortejo continuo. Habían tenido relaciones íntimas y ella contaba en que
habría matrimonio. Era la cuarta vez que esto le había sucedido. Muchachas como
Lucy necesitan de Ann Landers para que les diga que no son del todo malas.
Dales estímulo, no menosprecio. He estado leyendo tu ridícula columna por doce
años, y pienso que eres una perfecta necia. Mamá Leone.
Querida Mamá: Gracias por el
elogio, pero nadie es perfecta.
Resulta que no me sobra ninguna
medalla de buena conducta para muchachas que piensan que el dormitorio es un
atajo al altar. Es más, una muchacha que comete la misma equivocación cuatro
veces es lo que yo llamo (en lenguaje cortés) una que no aprende.
Esta carta de «Mamá Leone» revela
un amargo odio a la virtud junto con una fuerte simpatía por la muchacha
promiscua, a quien se ve como una persona buena.
NO HAY TOLERANCIA AQUÍ, SINO SOLAMENTE
INTOLERANCIA SALVAJE.
La premisa básica de la doctrina
moderna de tolerancia es que todas las posiciones religiosas y morales son
igualmente verdaderas e igualmente falsas. En breve, esta tolerancia descansa
en un relativismo e ideología humanista radicales. No hay una verdad particular
o valor moral en alguna religión; el verdadero valor es el hombre mismo, y al
hombre como tal se le debe dar aceptación total, independientemente de su
posición moral o religiosa.
De este modo, Walt Whitman, en su
poema «To a Common Prostitute» [«A una prostituta común»], declaró: «Solo cuando
el sol te excluya, te excluyo yo». Esta ideología humanista relativista exige total aceptación y total integración. Así
como esta posición, al reducir a igualdad todas las posiciones no humanistas, y
entonces poniendo al hombre por encima de ellas como señor, es radicalmente
anticristiana. Pone al hombre en lugar de Dios y, a nombre de la tolerancia e
igualdad, relega al cristianismo al montón de chatarra.
Pero la integración y la igualdad
son mitos; disfrazan una nueva segregación y una nueva desigualdad. La carta de
«Mamá Leone» deja en claro que, a su modo de ver, la promiscuidad es superior a
la virginidad. Esto significa una nueva segregación: la virtud está sujeta a
hostilidad, burla y se le separa para destrucción.
TODO ORDEN SOCIAL INSTITUYE SU PROPIO
PROGRAMA DE SEPARACIÓN O SEGREGACIÓN.
A una fe y moralidad en
particular se le da estatus privilegiado y todas las demás se separan para una
eliminación progresiva. La proclama de igualdad e integración es pues un
pretexto para subvertir una forma más antigua o existente de orden social.
El control estatal de la
educación ha sido un medio central para destruir el orden cristiano. Se excluye
del programa de estudios todo lo que apunta a la verdad de la fe bíblica y
establece una nueva doctrina de la verdad. A nombre de la razón objetiva,
insiste que su altamente selectiva hostilidad contra la fe bíblica se debe considerar
una ley de ser.
La educación es una forma de
segregación, y, de hecho, un instrumento básico de la misma por igual. Mediante
la educación, a ciertos aspectos de la vida y de la experiencia se les dan la
prioridad de la verdad y a otros se les relega a asuntos no importantes o se
les clasifica como erróneos. La educación ineludiblemente segrega y clasifica
toda la realidad en términos de ciertas premisas o presuposiciones.
Estas premisas son premisas
religiosas y siempre son pre teóricas y determinativas de todo pensamiento.
No solo la educación segrega sino
también la ley. Todo orden-ley, al legislar contra cierto tipo de conducta,
requiere una segregación en términos de sus premisas.
La segregación que demanda el
estado democrático o marxista es tan radical y completa como la que la historia
ha visto, si es que no es más.
Todas las religiones segregan
también, y la ideología humanista ciertamente no es excepción. Toda religión
afirma un orden de verdad, y se considera todo otro orden como mentira. La
ideología humanista es relativista respecto a todas las demás religiones, pero
es absolutista respecto al hombre. El hombre es el absoluto de la ideología
humanista, y todo lo demás se tiene como error.
La segregación, separación, o
cuarentena, sea cual sea el nombre que se use, es ineludible en toda sociedad.
El libertario radical aduce que permitirá total libertad para todas las
posiciones, o sea, un mercado libre para todas las ideas y religiones.
Pero proscribe todas las
posiciones que niegan la propia. En el mundo académico, estos libertarios han
demostrado ser enemigos implacables de la fe bíblica, y le niegan el derecho a
que se le oiga. El estado no puede existir en un orden libertario así, ni
tampoco la iglesia, excepto en términos del enemigo. Los nuevos libertarios simpatizan
con los marxistas, pero no con los cristianos.
Aunque ostensiblemente contra
coacción, no están por encima de un frente común con los marxistas, como la
revista libertaria Left and Right lo indica. Para la verdad de las Escrituras
no tienen tolerancia, ni tampoco algún «frente común» excepto una rendición en sus
términos. Toda fe es una manera excluyente de vida; ninguna es más peligrosa
que aquella que mantiene la ilusión de tolerancia. Una fe abiertamente
despiadada es peligrosa, pero hay que temer más a una fe despiadada que se cree
agente de amor.
Debido a que no hay acuerdo
posible entre la verdad y la mentira, entre el cielo y el infierno, San Pablo
declaró: « Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis
lo inmundo; y yo os recibiré» (2ª Co 6:17).