INTRODUCCIÓN
Se suele considerar el trabajo como un aspecto del cuarto
mandamiento: «Seis días trabajaras» (Éx 20:9), y esta es muy obviamente una
clasificación válida. Alguna razón contundente es necesaria, por consiguiente,
para justificar que se ponga el
trabajo en alguna otra parte. Este propósito hay que hallarlo en el
mandato original de subyugar o trabajar la tierra, y sojuzgarla (Gn 1: 28).
El trabajo continuó después de la
caída, pero bajo una maldición y con frustración (Gn 3: 17, 18), pero con una
función obviamente restauradora. Con su trabajo el hombre fue llamado
originalmente a subyugar la tierra; después de la caída, conoció la frustración
del pecado en ese llamamiento.
Con la caída vino una maldición
sobre el trabajo del hombre, pero el trabajo no es una maldición. Con la
redención, los efectos del pecado se superan continuamente conforme el hombre
trabaja para restaurar la tierra y establecer su dominio bajo Dios. El hombre,
la vida y la tierra han quedado lesionados y en muerte por los efectos del
pecado. Deshacer la caída, proteger la vida y prosperar bajo Dios quiere decir,
bajo el sexto mandamiento, que el hombre tiene el mandato de restaurar la
tierra mediante el trabajo e inhibir y limitar el daño y efecto mortal del
pecado.
La importancia de la restitución para la ley es la base por
la cual el trabajo, aspecto del
cuarto mandamiento, también es un aspecto del sexto. Es también un aspecto del
octavo, porque «No hurtarás» quiere decir «Trabajarás» para obtener lo que
necesitas o deseas. La meta de la restitución es la restauración del reino de
Dios según describe Isaías 11:9: «No harán mal ni dañarán en todo mi santo
monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas
cubren el mar».
EL TRABAJO, PUES, TIENE UNA POSICIÓN
DE IMPORTANCIA EN EL PENSAMIENTO BÍBLICO.
Proverbios de manera repetida
recalca su necesidad, dignidad e importancia; «el que recoge con mano laboriosa
las aumenta» (Pr 13: 11). «La mano de los diligentes señoreará; mas la
negligencia será tributaria» (Pr 12: 24). «El alma del perezoso desea, y nada
alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada» (Pr 13:4). «¿Has visto
hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará» (Pr 22: 29).
El trabajo, entonces, tiene como
meta el reino restaurado de Dios; el trabajo es, por consiguiente, una
necesidad religiosa y moral.
El efecto del trabajo como factor
en la rehabilitación de los retardados mentales es serio. En donde a los
retardados se les ha llevado de sus asilos a trabajar en fábricas, los
resultados han sido muy buenos en general. Los retardados han disfrutado del
trabajo, rendido con éxito, y a veces sus patronos los han considerado como
obreros superiores. Los patronos a menudo han respondido diciendo que estos
empleados parecen ser tan inteligentes como cualquiera.
Entre los huteritas, a los
subnormales y neuróticos se les trata con paciencia cristiana pero sin
relativismo. Se reconoce la autoridad y las diferencias. Los huteritas tienen
una desconfianza religiosa de los psicólogos y psiquiatras. Al aceptar a los
subnormales y neuróticos y darles un lugar disciplinado y aceptado en la sociedad,
los hacen miembros útiles y felices de su cultura.
Los huteritas, como un todo, con
su fuerte creencia en el trabajo desde una perspectiva cristiana, son saludables
mentalmente y muestran una ausencia de enfermedades psicosomáticas o inducidas
por el estrés. La lista de significativamente menos problemas incluye insomnio
crónico, drogadicción, asma, alergias a alimentos, fiebre de heno, suicidios, infecciones
del tracto urinario, impotencia en el varón, miedo a la muerte, enfermedades
coronarias, obesidad, cáncer, estreñimiento, colitis espática, desórdenes menstruales,
frigidez en la mujer, y cosas parecidas.
La «psiquiatría» huterita insiste
en poner al «pacientes» en una «camisa de fuerza» de conformidad cultural;
requiere que se respete y se mantenga la fe y vida del grupo. «La “psiquiatría”
huterita se orienta al futuro». Mira hacia adelante en Cristo y exige que el
individuo piense menos en sí mismo y más en los requisitos de Dios. Debido a
que la sociedad huterita es una sociedad de
trabajo, requiere trabajo dedicado de todos sus miembros.
Todavía más, no se pone ninguna
carga imposible sobre el individuo. «Tomando sus indicios del dogma de que el
hombre nace en pecado, no esperan perfección de nadie». Este realismo respecto
al hombre produce salud mental.
Los huteritas, pues, sanan a sus
miembros neuróticos y mediante el trabajo hacen útiles y felices a sus miembros
mentalmente retardados.
La función restauradora del
trabajo está bien establecida. Su utilidad para tratar con personas neuróticas
y retardadas está comprobada. Pero esta función del trabajo refleja una parte
de la naturaleza básica del trabajo para toda sociedad, para todos los hombres.
Es el medio dado por Dios por el cual el hombre establece dominio sobre la
tierra y se da cuenta de su llamamiento bajo Dios.
El hombre debe, por consiguiente,
disfrutar del trabajo y deleitarse en él. Por el contrario, sin embargo, el no
trabajar es un deseo común entre los hombres. La seducción del marxismo y
creencias similares es su enunciado de que el hombre está encadenado al trabajo
y hay que libertarlo del mismo. Más recientemente, se afirma que la
automatización puede abolir el trabajo y que una sociedad libre es la que es libre del trabajo. Dos cosas que
están en clara contradicción parecen demasiado extendidas entre los hombres: primera, un reconocimiento de la
naturaleza curativa del trabajo, y, segunda,
una vida de trabajo como esclavitud.
¿Por qué esta contradicción? La
contradicción existe primero en el ser del hombre, y luego en la sociedad del
hombre. El hombre sabe en lo más hondo de su ser que el trabajo es su destino
bajo Dios, que es su autorrealización y también su vocación, que la condición
humana del hombre va esencialmente ligada a su capacidad de trabajar y su
desarrollo en términos de trabajo. Pero, al mismo tiempo, el hombre se ve
frente a frente al hecho de la caída, y de la maldición divina sobre el trabajo
(Gn 3: 17-19), y el hombre huye de esta realidad.
La maldición está aquí, y lo
sabe, pero, en lugar de reconocer que es pecador, en rebelión contra Dios el
hombre se afana y rebela contra el trabajo, porque el trabajo le revela el
hecho de la caída y la maldición. El trabajo es su llamamiento, pero su llamamiento
deja al desnudo la obra ruinosa del pecado en la historia.
El retardado puede hallar contentamiento
en el trabajo, pero la mayoría de hombres que están en rebelión contra Dios
progresivamente hallan en el trabajo su frustración, y no quieren vérselas con
el motivo. Entonces tratan de ahogar su frustración en más trabajo, o se dedican
al juego como sustituto del trabajo.
Los soñadores socialistas se
aprovechan de la frustración del hombre. Con esta frustración como su capital,
le ofrecen al hombre una utopía en la cual supuestamente se ha abolido la
maldición mediante la abolición de cierta clase de hombres a los que llaman
explotadores. De alguna manera se restaurará el paraíso. Según Marx, el paraíso
socialista libertará al hombre de la maldición que recae sobre el hombre y el
trabajo, paraíso en el cual desaparecerá la división del trabajo.
Porque tan pronto como se
distribuye el trabajo, cada hombre tiene una esfera particular de actividad,
exclusiva, que se le impone y de la cual no puede escapar. Es cazador,
pescador, pastor o un crítico, y debe permanecer así si no quiere perder su
medio de vida; en tanto que en la sociedad comunista, donde nadie tiene una
esfera exclusiva de actividad sino que cada uno llega a ser experto en
cualquier rama que desee, la sociedad regula la producción general y hace
posible que yo haga una cosa hoy y otra mañana, que vaya de cacería por la
mañana, que vaya de pesca por la tarde, que críe ganado al anochecer, que
critique después de la cena, así como tengo una mente, sin jamás llegar a ser
cazador, pescador, pastor ni crítico.
Como Gary North lo señala, «Marx usó su concepto de la alienación
humana como sustituto de la doctrina cristiana de la caída del hombre». En
todo ese pensamiento, el hombre
está huyendo de la realidad y por consiguiente del trabajo. El trabajador de hoy, sea miembro de un sindicato,
oficinista o ejecutivo, con demasiada frecuencia
vive para escapar del trabajo. Pero el escape del trabajo al juego no es escape del problema básico, y, como
resultado, la huida del hombre continúa,
vuelve al trabajo, al juego, al licor, a cualquier parte excepto a la
responsabilidad.
El resultado es que el hombre
muestra un descontento crónico combinado con santurronería. Pero, como Brennan
notó, «la cólera, la impaciencia, la santurronería son síntomas de un ser
humano fuera de contacto con la realidad. Y estar fuera de contacto con la
realidad es solo una definición amplia de la locura».
Cuando el hombre está huyendo de
la realidad, se preocupa menos por ser
alguien que por parecer que
es alguien, por las apariencias antes que la realidad. La cultura, entonces,
queda radicalmente dislocada, conforme esta pobreza espiritual radical hace de
la hipocresía y las apariencias más importantes que la vida misma. «Los pobres tal
vez sufran por la realidad, pero es mejor que sufrir por la ilusión». Puesto que
lo que mantiene al mundo en su orden social y cultural y en su progreso es el
trabajo, no la ilusión, un mundo en el cual la farsa adquiere predominio es un mundo
que avanza hacia el colapso.
Una edad en la cual actores y
actrices son ídolos y héroes es un mundo de farsa. Entre la Primera y la
Segunda Guerra Mundial, entre los actores y actrices de Hollywood dominaban muy
extensamente las mentes de jóvenes y adultos.
Desde entonces han dado paso a
personajes prominentes de sociedad y de mundo, pero con estos nuevos paladines,
el ideal sigue siendo el mismo: la apariencia y la farsa. Como su nueva
religión es la apariencia, el lenguaje de la religión se aplica a las técnicas de
la apariencia. Como un prominente conde y miembro de estos «nómadas
internacionales» (el jet set o la sociedad de café) ha informado:
«Entre el peluquero y la mujer»,
me dijo Alexander, de la manera más articulada, acariciándose muy suavemente su
barba, «es necesaria una completa comunión como en una iglesia [sic]. A fin de
alcanzar esta relación debe haber plena confesión de la cliente al hombre a
quien ella le confía una de sus posesiones más preciadas: sus rizos».
Una sociedad dominada por actores
(y los actores no necesitan ser profesionales; puede ser un populacho enamorado
de las apariencias) es una sociedad centrada en el consumo; progresivamente
pierde su capacidad de producir. En su autoabsorción y embrujo loco con las
apariencias, comete un suicidio narcisista.
El socialista halla fácil
oponerse al actor; es ostensiblemente la realidad frente a los sueños. Pero el
socialista también está huyendo de la realidad, e igualmente enamorado de las
apariencias. El actor es a menudo de buen grado actor o socialista, porque los
dos mundos son básicamente el mismo.
El sueño de Marx de un hombre
«libre» del trabajo para ser pescador, cazador, ganadero o crítico a voluntad es
un sueño tanto social como personal. En lugar de lidiar con la naturaleza caída
del hombre, Marx soñaba con un nuevo mundo para eliminar la maldición del
trabajo. El actor y el socialista están muy en paz el uno con el otro; y están unidos
en su hostilidad contra el hombre del pacto.
La declinación de la
productividad y el crecimiento del mundo ilusorio son, pues, señales de una
sociedad en decadencia. Cuando continúan por mucho tiempo, apuntan a la muerte
de una sociedad. «No matarás» tiene como fórmula afirmativa la protección y
promoción de la vida bajo Dios y en términos de su palabra-ley. El trabajo es
un aspecto importante de esta vida libre y restaurada.