15. CRISTO Y LA LEY

INTRODUCCIÓN

A menudo se habla de la cruz de Cristo como la muerte de la ley, y se suele decir que en Cristo el creyente está muerto a la ley. Se cita Romanos 7: 4-6 como evidencia para esta opinión, aun cuando nada se dice de Romanos 8: 4. Lo que San Pablo dice es que somos libres de la ley, o estamos muertos a la ley, como sentencia de muerte contra nosotros, pero estamos vivos a ella como justicia de Dios. Cristo, como nuestro sustituto, murió por nosotros, y en él estamos muertos a la ley, y también en él vivos a la ley. La misma muerte de Cristo ratificó la ley; hizo ver que Dios considera la pena de muerte por la violación a su ley como obligatoria, por lo que solo la muerte expiatoria de Cristo puede eliminar la maldición de la ley contra los pecadores.
En Efesios 2:1-10, San Pablo deja en claro de nuevo el significado de la ley en relación a la cruz. Al comentar sobre la descripción de San Pablo de los pecadores como «muertos en delitos y pecados» (v. 1), Calvino dijo:
No quiere decir que estaban en peligro de muerte; sino que declara que era una muerte real y presente bajo la cual trabajaban. Como muerte espiritual no es otra cosa que el alma enajenada de Dios, todos nacimos como hombres muertos, y vivimos como hombres muertos, hasta que somos hechos partícipes de la vida de Cristo. Esto encaja con las palabras de nuestro Señor:
«Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán» (Jn 5: 25).
En esta condición de muerte espiritual, a los hombres los gobiernan las fuerzas y los impulsos demoníacos en cumplimiento de su naturaleza de pecado (vv. 2, 3) como «hijos de desobediencia». Calvino comentó de esta última frase que «la incredulidad siempre va acompañada de la desobediencia; así que es en su fuente la madre de toda la obstinación». Muy contundentemente, Calvino afirmó con San Pablo «que nacemos con pecado, como las serpientes traen su veneno desde el vientre».
¿Cuál es, entonces, el remedio para el hombre? El remedio, por supuesto, no es la ley. El hombre ha quebrantado la ley, está muerto en pecado, y no puede guardar la ley. Calvino destacó, de Efesios 2: 4, que «no hay otra vida que la que Cristo nos instila; así que empezamos a vivir solo cuando somos injertados en él, y empezamos a disfrutar la misma vida con él». Nuestra salvación es por entero por la gracia de Dios, totalmente obra suya (v. 8).
En palabras de Calvino, «Dios declara que no nos debe nada; así que la salvación no es un premio ni una recompensa, sino gracia pura. Si de parte de Dios es gracia sola, y si no aportamos nada sino fe, lo que nos despoja de todo elogio, se sigue que la salvación no viene de nosotros». La misma fe es don de Dios (v. 8). Toda la Escritura es enfática: Dios es el único redentor del hombre; la ley no fue dada como medio de salvación para el hombre sino como justicia de Dios, como ley para su pueblo escogido, su reino.
La ley, por consiguiente, vino «por medio de Moisés» (Jn 1:17) de Dios por medio de Moisés porque es la ley para el reino de Dios. Cuando se le convierte en medio de salvación, se pervierte. Donde la ley representa el gobierno y la obediencia de la fe, cumple con el propósito de Dios. En las palabras de Calvino de nuevo, «el hombre no es nada excepto por la gracia divina».
En Efesios 2: 10 San Pablo declara: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». Calvino señaló:
Dice, que, antes de que naciéramos, Dios preparó las buenas obras; lo que quiere decir que en nuestra propia fuerza no podíamos llevar una vida santa, sino solo si la mano de Dios nos forma y adapta. Ahora, si la gracia de Dios vino antes de nuestras acciones, toda base de jactancia se ha eliminado.
Luego entonces, somos regenerados «para buenas obras», es decir, para obediencia a la palabra-ley de Dios, y el propósito de nuestra salvación, ordenada de antemano por Dios, es esta obediencia.
Pero, alguien objeta, a la ley se le llama «carnal» en las Escrituras, como lo atestigua Hebreos 7: 16. Calvino dijo: «Se la llama carnal, porque se refiere a cosas corpóreas, es decir, a ritos externos»7. Cuando Pablo llama a los creyentes a la «templanza», está pidiendo obediencia en un asunto «carnal», es decir, corpóreo, así como también con respecto a la actitud mental (Gá 5: 23).
El llamado de los creyentes esa libertad, lo que quiere decir, dijo San Pablo, amarse unos a otros, o sea, cumplir la ley en relación de unos a otros (Gá 5:13-14). En relación a nuestros semejantes y a Dios, las obras de nuestra naturaleza humana caída son éstas:
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (Gá 5: 19-23).
San Pablo atacó la ley como ordenanza salvadora, como medio de salvación para el hombre; defendió la ley como medio de santificación del hombre, no de justificación.
Después de citar la conducta sin ley, empezando por el adulterio, cita la conducta santa y dice que «contra tales cosas no hay ley». Claro, contra el otro catálogo de acciones, empezando por el adulterio, hay una ley, la ley que Dios dio por medio de Moisés.
Así, pues, la ley todavía sigue en pie. La implicación de las palabras de San Pablo es que hay una ley contra el catálogo de pecados de Gálatas 5: 19-21; además, en términos de Efesios 2:10, somos la nueva creación de Dios con el propósito de guardar su ley y realizar buenas obras.

¿EN QUÉ SENTIDO, ENTONCES, ESTÁ MUERTA LA LEY, O INCLUSO ERRADA, Y EN QUÉ SENTIDO SIGUE VIGENTE?

Primero, como hemos visto, la ley como sentencia de muerte termina cuando la parte culpable muere o es ejecutada. Para los creyentes, la muerte de Cristo quiere decir que están muertos en él a la sentencia de muerte de la ley, puesto que Cristo es su sustituto (Ro 7: 1-6). Esto no nos permite llamar «pecado» a la ley, porque la ley misma nos hizo darnos cuenta de nuestra pecaminosidad delante de Dios, y de nuestra necesidad de su Salvador (Ro 7: 7-12).
Segundo, nuestra salvación en Jesucristo establece la salvación por acción de la gracia de Dios, que es la única doctrina de salvación que las Escrituras establecen.
La ley sacrificial y ceremonial establece el hecho de la salvación mediante el acto expiatorio del sustituto que da Dios, un animal cuya inocencia tipificaba la inocencia del que había de venir. Habiendo venido el Mesías, el Cordero de Dios, a las leyes antiguas, típicas del sacrificio y su sacerdocio y ceremonias les sucedió la obra expiatoria de Cristo, el gran Sumo Sacerdote (Heb 7).
Es un serio error decir que la ley civil también fue abolida, pero que se retuvo la ley moral. ¿Cual es la distinción entre ellas? En la mayoría de puntos no se pueden distinguir. El asesinato, el robo y el falso testimonio son ofensas civiles y también ofensas morales. En casi todo orden civil, el adulterio y deshonrar a los padres también son delitos civiles.
¿Quieren decir estas personas, al declarar el fin de la ley civil, que la teocracia del Antiguo Testamento ya no existe? Pero el reinado de Dios y de Jesucristo se afirma enfáticamente en el Nuevo Testamento y especialmente en el libro de Apocalipsis.
Al estado no se le llama menos a estar bajo Cristo que a la iglesia. Es claramente solo la ley sacrificial y ceremonial lo que terminó porque la reemplaza Cristo y su obra.
Tercero, el Nuevo Testamento condena a la ley como medio de justificación, lo que nunca fue su propósito. La ley no es nuestro medio de justificación o salvación, sino de santificación. El fariseísmo ha pervertido el significado de la ley y la ha «invalidado» de acuerdo a la declaración de Cristo (Mt 15: 1-9).
Lo que los fariseos llamaban la ley eran «mandamientos de hombres» (Mt 15:  9), y contra esto Cristo y San Pablo proyectaron su ataque. La ley en este sentido nunca tuvo un estatus legítimo y en toda edad se debe condenar. La alternativa al antinomianismo no es el fariseísmo ni el legalismo. La respuesta a los que quieren salvar al hombre por la ley no es decir que el hombre no necesita ley.
El fariseísmo o legalismo conduce al estatismo. Si la ley puede salvar al hombre, la respuesta es que la sociedad debe esforzarse por instituir un orden de ley total, gobernar al hombre totalmente por leyes y así rehacer al hombre y a la sociedad.
Esta es la respuesta que da el estatismo, que invariablemente deriva su fuerza de la religión farisaica. El socialismo y el comunismo son órdenes-leyes salvadores, y el clamor de los predicadores del evangelio social por una «sociedad salvadora» es una expresión de la fe en la ley del hombre como salvadora.
Éste último punto es importante; la ley de Dios no permite que se le asigne un papel salvador, y como resultado el hombre se inventa un orden-ley humanista o para la regeneración total del hombre y la sociedad mediante un gobierno total. La ley bíblica tiene un papel limitado; una ley salvadora debe tener poder ilimitado, y como resultado, a la ley bíblica la reemplaza el fariseísmo con una ley total. La modestia de la ley de Dios era una ofensa para los fariseos.
Por eso, aunque la ley requería solo un ayuno al año, en el Día de la Expiación, y solo hasta la caída del sol, los fariseos ayunaban dos veces a la semana (Lc 18: 12). Un ayuno al año que terminaba con un banquete no implicaba jefatura sobre el hombre; un ayuno dos veces a la semana gobierna al hombre y se convierte en manera de jactarse ante Dios y el hombre.
Por tanto, la ley se condena cuando la volvemos más que ley, cuando se tiene como salvadora, o como un favor a Dios antes que obediencia y respuesta necesarias del hombre al mandato y llamado de Dios. La ley es ley, no salvación, y la ley como salvadora conduce al estatismo y al totalitarismo.
El antinomianismo, por otro lado, conduce al anarquismo. Los antinomianos religiosos por lo general son anarquistas prácticos antes que teóricos. Su desinterés en la ley los lleva a rendir el orden civil al enemigo y a promover la declinación de la ley y el orden. Aunque los antinomianos se quedarían sorprendidos si se le llama anarquistas, se les debe designar así. La implicación lógica de su posición es el anarquismo. Si Cristo ha abolido la ley, ¿por qué debe mantenerla la sociedad?
Si el cristiano está muerto a la ley, ¿por qué la iglesia cristiana, el estado, la escuela, la familia, y el llamamiento no están también estar muertos a la ley? Una fe coherente de parte de los antinomianos exige que sean anarquistas, pero tal vez la coherencia es en sí misma demasiada virtud, demasiada ley, y una posición demasiado inteligente para pedir tal necedad.
La ley en toda edad establece la santidad de Dios. La santidad de Dios es su distinción absoluta de todas sus criaturas y creación, y su exaltación trascendente por encima de ellos en su majestad soberana e infinita. Esta separación de Dios es también su separación moral del pecado y el mal, y su perfección moral absoluta.
Berkhof señaló:
La santidad de Dios se revela en la ley moral, implantada en el corazón del hombre, y hablando por su conciencia, y más particularmente en la revelación especial de Dios. Se destacó prominentemente en la ley dada a Israel.
No puede haber santidad, ni separación para Dios, sin la ley de Dios. La ley es indispensable para la santidad.
La ley también es básica para la justicia de Dios. De nuevo, el fraseo de Berkhof va al punto:
La idea fundamental de la justicia es la estricta adherencia a la ley. Entre los hombres presupone que hay una ley a la cual deben conformarse. A veces se dice que no podemos hablar de la justicia de Dios, porque no hay ley a la cual Él está sujeto. Pero aunque no hay ley por encima de Dios, ciertamente hay una ley en la misma naturaleza de Dios, y este es el estándar más alto posible, por el cual todas las otras leyes se juzgan. Por lo general se hace una distinción entre la justicia absoluta y la justicia relativa de Dios.
La primera es esa rectitud de la divina naturaleza, en virtud de la cual Dios es infinitamente justo en sí mismo, en tanto que la segunda es esa perfección de Dios por la cual se mantiene por sobre toda violación de su santidad, y muestra en todo respecto que él es el Santo. Es a esta justicia que se aplica más particularmente el término «justicia».
La justicia de Dios se revela en la ley de Dios, y la norma por la cual se declara pecadores a los hombres es su violación de la ley de Dios. El pecado de Adán y Eva fue su violación de la ley de Dios, y el criterio de la fe de un hombre es el fruto que lleva, sus obras, en breve, su conformidad a la ley de Dios, de modo que la ley es su nueva vida y naturaleza (Mt 7: 16-20; Stg 2: 17-26; Jer 31: 33). En el abandono o desobediencia de la ley de Dios, no puede haber ni justicia ni rectitud. Abandonar la ley de Dios es abandonar a Dios.
La ley también es básica para la santificación. No hay que confundir la santificación, como Berkhof lo señaló, con la mera rectitud moral o mejora moral.
Un hombre puede jactarse de gran mejora moral, y sin embargo ser un total extraño a la santificación. La Biblia no insta la mejora moral pura y sencilla, sino mejora moral en relación a Dios por causa de Dios, y con vista al servicio a Dios. Insiste en la santificación. En este mismo punto mucho de la predicación ética del día presente es totalmente equívoca; y el correctivo para eso reside en la presentación de la verdadera doctrina de la santificación.
La santificación se puede definir como esa operación continua y benévola del Espíritu Santo, por el cual libra al pecador justificado de la contaminación del pecado, renueva toda su naturaleza a imagen de Dios, y le capacita para que haga buenas obras.
Según San Pablo, «la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10: 17); la ley está escrita en cada fibra de esa palabra. Si esta palabra-ley es básica a la fe y al oír, claro que es básica para el crecimiento del creyente en santificación. La santificación depende de que guardemos la ley en pensamiento, palabra y obra.
La perfección de Verbo encarnado se manifestó en que guardó la ley. ¿Pueden las personas de su reino ir en pos de su llamamiento a ser perfectos de otra manera que no sea por su palabra-ley?
Si se niega la ley como medio de santificación, lógicamente, la única alternativa es el pentecostalismo, con su doctrina del Espíritu antinomiana y contraria a la Biblia.
El pentecostalismo, sin embargo, representa un resultado lógico de la teología antinomiana. Si se niega la ley, ¿cómo va a ser santificado el hombre? La respuesta del movimiento pentecostal fue un esfuerzo por llenar este vacío. La teología protestante dejó al hombre justificado pero sin una manera de ser santificado.
El movimiento de santidad, con su creencia en la perfección instantánea de todos los creyentes, va de forma notablemente contraria al sentido común; ¡cualquier observador podía ver que las personas de santidad estaban y están bien lejos de la perfección! La respuesta de los pentecostales protestantes y de los ascéticos y extáticos católicos romanos ha sido esta doctrina del Espíritu. Las manifestaciones ostensiblemente supranormales y antinomianas del Espíritu ponen al creyente en un plano más alto.
Muchos movimientos paralelos, como Keswick, cultivan este camino más alto como alternativa a la ley para la santificación. Estos movimientos por lo menos representan una preocupación lógica por la santificación, aunque ilícita. Niéguese la ley, y las alternativas son la indiferencia a la santificación, o el pentecostalismo y doctrina similares.

EL DESINTERÉS O DESPRECIO DE LA LEY CANÓNICA ES PARTE DE ESTE ANTINOMIANISMO.

Hacer separación entre la ley y el evangelio es separarse de la ley y del evangelio, y de Cristo. Cuando Dios Padre consideró la ley como tan obligatoria para el hombre que la muerte del Hijo de Dios encarnado fue necesaria para redimir al hombre, no podía considerar la ley como algo ya trivial, o nula e inválida, para el hombre.
El hombre se salva «para que la justicia de la ley se cumpliese» en él (Ro 8: 4). Decidir que el hombre ya no está bajo la ley, y sin embargo obligado a evitar el asesinato, el adulterio, el robo, el falso testimonio y otros pecados es jugar con las palabras. O la ley es ley y obligatoria, o no es ley, y el hombre no está obligado y es libre para cometer esos actos.
El mandamiento «No matarás» significa que no se le puede quitar la vida al hombre. ¿No es la perversión de la palabra de vida un medio para quitar o hacer daño a la vida? ¿No se debe calificar de asesinos a los predicadores falsos? En una edad en que los cimientos de la ley están bajo ataque, el fiel siervo de Dios debe proclamar con mayor celo y claridad esa ley. En palabras de Martín Lutero:
Si profeso con la voz más fuerte y la exposición más clara toda porción de la verdad de Dios excepto precisamente ese pequeño punto que el mundo y el diablo están en ese momento atacando, no estoy confesando a Cristo, por audazmente que pueda estar profesando a Cristo. Donde la batalla ruge, la lealtad del soldado se demuestra; y en cuanto a permanecer firme en todas las batallas aledañas, es huida y desgracia si se amilana en ese punto.
Con la caída de Adán, cayó el hombre, y el orden-ley de Dios quedó roto.

Con la victoria de Cristo, el hombre en Cristo triunfó, y el orden-ley de Dios quedó restaurado, con su mandato de ejercer dominio bajo Dios y subyugar la tierra. ¿Puede un hombre de Dios proclamar menos?