11. EL AMOR Y LA LEY

ΙΝTRODUCCIÓN

Uno de los más importantes de todos los que siguen la ideología humanista fue Juan Jacobo Rousseau, padre de la democracia. Rousseau fue un vagabundo, un «protegido» de Madame de Warens, y un hombre absolutamente irresponsable.
Vivió por muchos años sin casarse con Teresa Levasseur, empleada de un hotel.
Les nacieron cinco hijos, y de inmediato Rousseau los llevó a un hogar para expósitos. Este gran experto en crianza de hijos no podía aguantar a los niños.
Rousseau promovía la virtud, y nos dice que lloraba cuando pensaba al respecto, pero en la acción fue un hombre totalmente irresponsable y vicioso. Creía que su corazón, y el corazón de todos los hombres, era bueno; la sociedad organizada, el medio ambiente, hace malos a los hombres. Un acto muy típico de este gran reformador humanista tuvo lugar en Venecia.
Rousseau llevó a una prostituta a su habitación. Después de que esta se desvistió, y ambos estaban en la cama, Rousseau empezó a suplicarle que siguiera la senda de la virtud. Estaba, por supuesto, en la peor posición para tal ruego, pero eso le importaba poco. Para Rousseau, el
corazón, los sentimientos del hombre lo eran todo.
Bajo la influencia de tales creencias humanistas, se ha erosionado extensivamente la ley. Ya no es el acto de asesinato lo que se juzga, sino los sentimientos o estado mental al cometer el acto. Según Rousseau, un asesino puede no ser culpable en virtud de su estado mental. El amor, como gran virtud humanista, ha llegado a ser de suma importancia. Los que pertenecen al partido del amor son los santos del mundo humanista o incluso en la comisión de delitos, en tanto que el cristiano ortodoxo, como aborrecedor por definición, es culpable incluso sin cometer un delito.
El amor aparece en la ley, pero en el contexto de la ley, no en el de sentimientos humanista os. La ley mosaica requiere el amor al prójimo, en Levítico 19: 17, 18:
No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.
La Versión Latinoamérica traduce la última parte del versículo 17 «no sea que te hagas cómplice de sus faltas», y otra versión traduce «pero no incurras en culpa por causa de él». Las autoridades religiosas durante la era del segundo templo lo leían cómo «pero tú no debes llevar pecado por esa razón», o sea, «ejecutar el deber de represión de tal manera que no incurras en pecado por ello».
La explicación de San Pablo resume el asunto: «El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor» (Ro 13: 10). Amar al prójimo quiere decir guardar la ley en relación a él, no hacerle ningún mal, ni en palabra, ni en pensamiento, ni en obra. Si el curso de acción de un prójimo lleva al mal, o a problemas, se da una palabra de advertencia como medio de prevenirle de daño. El significado de prójimo en este pasaje (Lv 19: 17, 18) es otro creyente.
En Levítico 19: 33, 34 se incluye a extranjeros y personas que no son creyentes. La ley del amor no da aquí base para tratar de gobernar a nuestro prójimo, ni tampoco reduce el amor a un marco mental; es un principio que se manifiesta como totalidad en palabra, pensamiento y acción.
La Biblia no tiene una noción dualista del hombre; no reconoce un corazón bueno con obras malas. El hombre es una unidad. Como pecador, por supuesto que es malo. Como hombre redimido, está en proceso de santificación, y por consiguiente manifiesta tanto bien como mal; pero un pensamiento malo engendra una obra mala así como un pensamiento santo engendra un acto santo.
Rousseau confundió sus fantasías e ilusiones respecto a su corazón y mente con la realidad respecto a él mismo, pues tenía perversidad en su corazón y mente, y por consiguiente en sus fantasías. «Todo designio de los pensamientos del corazón [de los hombres] es «de continuo solamente el mal» (Gn 6: 5), y es una parte de esa imaginación perversa el que el hombre piense bien de su mal.
Debido a que el hombre es pecador, no puede tomar la ley en sus propias manos: «No te vengarás» (Lv 19: 18). Debido a que el hombre no es Dios, no puede ocupar el trono de juicio de Dios para juzgar a los hombres en términos de sí mismo. No podemos condenar a los hombres por lo que les gusta o no les gusta en términos de nosotros mismos.
Podemos juzgarlos en relación a Dios, cuya ley es la única que gobierna y juzga a todos los hombres. Se prohíbe el juicio personal: «No juzgarás…» (Mt 7: 1), pero se nos exige «sino juzgad con justo juicio» (Jn 7: 24).
El principio paulino enuncia el asunto claramente con respecto al amor: primero, no hace mal a su prójimo; segundo, el amor es el cumplimiento de la ley. Se prohíbe que se haga mal al prójimo. Es una forma de matar la vida y libertad de nuestro prójimo. El hecho de que la vida y la libertad están en la mirilla en esta ley se ve en las normas jurídicas de las Escrituras. Por ejemplo, el único tipo de esclavitud permitido es la esclavitud voluntaria, dice Deuteronomio 23:15, 16.
La ley bíblica permite la esclavitud voluntaria porque reconoce que algunos no pueden mantener una posición de independencia. Apegarse voluntariamente a un hombre capaz y servirle, protegido bajo la ley, es una manera legítima de vivir, aunque inferior. El amo entonces asume el papel de benefactor, el que concede el bienestar, antes que el estado, y el esclavo está protegido por la ley del estado.
Un esclavo fugitivo no puede ser devuelto a su dueño; es libre de irse. La excepción es el ladrón y delincuente que está trabajando para hacer restitución. El código de Hammurabi condenaba a muerte a los hombres que alojaran a un esclavo fugitivo.
La ley bíblica posibilitaba la libertad del esclavo. Al amo del esclavo se le dice: «Morará contigo, en medio de ti, en el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le oprimirás» (Dt 23: 16).
Secuestrar a otro creyente para venderlo como esclavo (o sea, a un extranjero o nación extranjera, puesto que no se le podía vender legalmente en su patria) es un delito capital, castigada sin excepción con la muerte (Dt 24: 7). La pena de muerte se aplicaba no solo al secuestrador sino también a sus compinches que recibían o vendían a la persona (Éx 21: 16). La fuerza de esta ley es incluso más clara cuando nos damos cuenta de que la ley bíblica no tiene sentencia de prisión. Los hombres bien sea mueren como delincuentes o hacen restitución. La ley bíblica requiere una sociedad de hombres libres cuya libertad descansa en la responsabilidad.
La ley bíblica protegía al que mataba accidentalmente a un hombre, como en el caso de los hombres que estaban cortando leña, y la cabeza del hacha de uno volaba y mataba al otro. Las ciudades de refugio protegían al hombre de la venganza familiar (Dt 19:1-10; cf. Éx 21:13; Nm 35:9-22, 29-34).
El asesinato, sin embargo, se castigaba con la muerte (Dt 19: 11-13; Nm 35: 23-28, 30-33; Lv 24: 17-22; Éx 21: 12-14, 18-32), y la ley no permitía ninguna excepción a esta sentencia.
La prueba del amor era actuar con amor. El amor no hace mal al prójimo, y amor es guardar o cumplir la ley en relación a otras personas. El amor es el pensamiento, la palabra y el acto que acatan la ley. En donde no hay ley, tampoco hay amor. Los adúlteros no aman a sus cónyuges, aunque muchos aducen que sí; quizá disfruten de sus esposas o esposos y también de sus amantes, pero amar es guardar la ley.
El hombre humanista o, puesto que se ha olvidado de la ley, debe lógicamente olvidarse también del amor. Ya hay evidencias de esto. Lionel Rubinoff, siguiendo él mismo la ideología humanista, ha descrito el problema moderno del mal en The Pornography of Power [La pornografía del poder]. Un crítico resume así la tesis de Rubinoff:
Es, sin embargo, en su análisis de El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, que se capta más fácilmente la presuposición que subyace en The Pornography of Power. De la reseña de Stevenson de la ambivalencia de la naturaleza humana, Rubinoff escribe: «El Dr. Jekyll, el humanista, originalmente crea al Sr. Hyde (lo que en sí mismo ya es un acto completamente perverso) a fin de poder estudiar científicamente las fuerzas del mal encarnadas en un Hyde, y luego expulsarla de la psiquis humana.
Tan confiado está Jekyll en la fuerza férrea de su virtud que de veras piensa que puede dar a luz al mal sin que ese mal lo corrompa. Por desgracia, el virtuoso Jekyll no es rival para el satánico Hyde. Una vez que el demonio ha sido libertado, el ángel busca cualquier excusa para descender a lo más hondo de la depravación».
Pocos hombres pueden contemplar cómodamente el concepto de la supremacía natural del mal sobre el bien en la humanidad. La tradición judeocristiana alivia la angustia extendiendo la esperanza de salvación mediante el ejercicio de una semblanza del libre albedrío en la lucha terrenal contra las fuerzas del diablo. ¿Qué tiene una edad cada vez más secular que hacer con el conocimiento de que el mal es una parte inextricable de naturaleza humana?
Enfrentémoslo, dice Rubinoff. Saquémoslo a la luz.
Como algunos pensadores humanista os están empezando a reconocer, el hombre enfrenta al mundo, no con amor y bondad, sino con mal. Mientras más humanista o se vuelve el hombre, más la justicia, la autoridad y la legitimidad se desvanecen del mundo. La iniquidad gobierna cada vez más los asuntos nacionales e internacionales. La expresión del corazón e imaginación del hombre de continuo es solo el mal. Rubinoff admite que el mal del hombre le insta a un uso diabólico del poder, a lo que llama pornografía del poder. La respuesta de Rubinoff no es el amor sino el mal:
El mayor mal al convertirse en adicto a tal pornografía, dice Rubinoff, es que atrofia el crecimiento de la imaginación, el único instrumento por el cual el hombre puede verdaderamente entender, y así vivir con, la verdad desesperante de su naturaleza dual. Como ejemplos de cómo usar la imaginación creativa al enfrentar el mal, Rubinoff destaca a Jean Genet y Norman Mailer.
Dice que muchos de sus escritos son esencialmente un esfuerzo por producir valores positivos al confrontar lo negativo e irracional dentro de sí mismos, viviendo con ello y convirtiéndolo en arte.
Como la mayoría de los programas de superación personal, las ideas de Rubinoff son más fáciles de decir que de aplicar. En cierto nivel, su libro podría estimular la escatología de grado inferior como una forma de salvación.
Por otro lado, La pornografía del poder ofrece un sustituto estético para la religión, por la cual los hombres menos creativos que Genet y Mailer deben tratar de abrirse paso al conocimiento de sí mismo con la ayuda de las imágenes artísticas del mal.
La respuesta de Rubinoff es que nos volvemos Jekylls artísticos en vez de científicos, y producimos una legión de Hydes. Propone que entremos en un mundo de amor y ley abrazando el mal, expresándolo audaz y libremente como una aventura artística y creativa. Es un programa de pecar para que la gracia abunde.
Lo que Rubinoff ha expresado, su generación humanista lo está practicando. Hay universitarios, indigentes, diplomáticos, políticos, clérigos, maestros y otros que practican una doctrina inicua del mal como ley más alta y amor más alto.

Puesto que la doctrina humanista del amor es antinomiana de rabo a cabo, es indiscutiblemente amar al mal. Es pues, un desarrollo lógico del amor humanista o que se debe volver mal encarnado. El amor sin ley es en esencia la afirmación del mal y sus manifestaciones.