ΙΝTRODUCCIÓN
Uno de los más importantes de
todos los que siguen la ideología humanista fue Juan Jacobo Rousseau, padre de
la democracia. Rousseau fue un vagabundo, un «protegido» de Madame de Warens, y
un hombre absolutamente irresponsable.
Vivió por muchos años sin casarse
con Teresa Levasseur, empleada de un hotel.
Les nacieron cinco hijos, y de
inmediato Rousseau los llevó a un hogar para expósitos. Este gran experto en
crianza de hijos no podía aguantar a los niños.
Rousseau promovía la virtud, y
nos dice que lloraba cuando pensaba al respecto, pero en la acción fue un
hombre totalmente irresponsable y vicioso. Creía que su corazón, y el corazón
de todos los hombres, era bueno; la sociedad organizada, el medio ambiente,
hace malos a los hombres. Un acto muy típico de este gran reformador humanista
tuvo lugar en Venecia.
Rousseau llevó a una prostituta a
su habitación. Después de que esta se desvistió, y ambos estaban en la cama,
Rousseau empezó a suplicarle que siguiera la senda de la virtud. Estaba, por
supuesto, en la peor posición para tal ruego, pero eso le importaba poco. Para
Rousseau, el
corazón, los sentimientos del
hombre lo eran todo.
Bajo la influencia de tales
creencias humanistas, se ha erosionado extensivamente la ley. Ya no es el acto de asesinato lo que se juzga,
sino los sentimientos o estado mental
al cometer el acto. Según Rousseau, un asesino puede no ser culpable en virtud de
su estado mental. El amor, como gran virtud humanista, ha llegado a ser de suma
importancia. Los que pertenecen al partido del amor son los santos del mundo humanista
o incluso en la comisión de delitos, en tanto que el cristiano ortodoxo, como
aborrecedor por definición, es culpable incluso sin cometer un delito.
El
amor aparece en
la ley, pero en el contexto de la ley, no en el de sentimientos humanista os.
La ley mosaica requiere el amor al prójimo, en Levítico 19: 17, 18:
No aborrecerás a tu hermano en tu
corazón; razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te
vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Yo Jehová.
La Versión Latinoamérica traduce
la última parte del versículo 17 «no sea que te hagas cómplice de sus faltas»,
y otra versión traduce «pero no incurras en culpa por causa de él». Las
autoridades religiosas durante la era del segundo templo lo leían cómo «pero tú
no debes llevar pecado por esa razón», o sea, «ejecutar el deber de represión
de tal manera que no incurras en pecado por ello».
La explicación de San Pablo
resume el asunto: «El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de
la ley es el amor» (Ro 13: 10). Amar al prójimo quiere decir guardar la ley en
relación a él, no hacerle ningún mal, ni en palabra, ni en pensamiento, ni en
obra. Si el curso de acción de un prójimo lleva al mal, o a problemas, se da una
palabra de advertencia como medio de prevenirle de daño. El significado de prójimo
en este pasaje (Lv 19: 17, 18) es otro creyente.
En Levítico 19: 33, 34 se incluye
a extranjeros y personas que no son creyentes. La ley del amor no da aquí base
para tratar de gobernar a nuestro prójimo, ni tampoco reduce el amor a un marco
mental; es un principio que se manifiesta como totalidad en palabra,
pensamiento y acción.
La Biblia no tiene una noción
dualista del hombre; no reconoce un corazón bueno con obras malas. El hombre es
una unidad. Como pecador, por supuesto que es malo. Como hombre redimido, está en
proceso de santificación, y por consiguiente manifiesta tanto bien como mal;
pero un pensamiento malo engendra una obra mala así como un pensamiento santo
engendra un acto santo.
Rousseau confundió sus fantasías
e ilusiones respecto a su corazón y mente con la realidad respecto a él mismo,
pues tenía perversidad en su corazón y mente, y por consiguiente en sus
fantasías. «Todo designio de los pensamientos del corazón [de los hombres] es
«de continuo solamente el mal» (Gn 6: 5), y es una parte de esa imaginación
perversa el que el hombre piense bien de su mal.
Debido a que el hombre es
pecador, no puede tomar la ley en sus propias manos: «No te vengarás» (Lv 19: 18).
Debido a que el hombre no es Dios, no puede ocupar el trono de juicio de Dios
para juzgar a los hombres en términos de sí mismo. No podemos condenar a los
hombres por lo que les gusta o no les gusta en términos de nosotros mismos.
Podemos juzgarlos en relación a
Dios, cuya ley es la única que gobierna y juzga a todos los hombres. Se prohíbe
el juicio personal: «No juzgarás…» (Mt 7: 1), pero se nos exige «sino juzgad
con justo juicio» (Jn 7: 24).
El principio paulino enuncia el
asunto claramente con respecto al amor: primero,
no hace mal a su prójimo; segundo,
el amor es el cumplimiento de la ley. Se prohíbe que se haga mal
al prójimo. Es una forma de matar
la vida y libertad de nuestro
prójimo. El hecho de que la vida y la libertad están en la mirilla en esta ley se ve en las normas jurídicas de
las Escrituras. Por ejemplo, el único tipo de esclavitud permitido es la esclavitud voluntaria, dice
Deuteronomio 23:15, 16.
La ley bíblica permite la
esclavitud voluntaria porque reconoce que algunos no pueden mantener una
posición de independencia. Apegarse voluntariamente a un hombre capaz y servirle,
protegido bajo la ley, es una manera legítima de vivir, aunque inferior. El amo
entonces asume el papel de benefactor, el que concede el bienestar, antes que
el estado, y el esclavo está protegido por la ley del estado.
Un esclavo fugitivo no puede ser
devuelto a su dueño; es libre de irse. La excepción es el ladrón y delincuente
que está trabajando para hacer restitución. El código de Hammurabi condenaba a
muerte a los hombres que alojaran a un esclavo fugitivo.
La ley bíblica posibilitaba la libertad
del esclavo. Al amo del esclavo se le dice: «Morará contigo, en medio de ti, en
el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le
oprimirás» (Dt 23: 16).
Secuestrar
a otro
creyente para venderlo como esclavo (o sea, a un extranjero o nación
extranjera, puesto que no se le podía vender legalmente en su patria) es un delito
capital, castigada sin excepción con la muerte (Dt 24: 7). La pena de muerte se
aplicaba no solo al secuestrador sino también a sus compinches que recibían o vendían
a la persona (Éx 21: 16). La fuerza de esta ley es incluso más clara cuando nos
damos cuenta de que la ley bíblica no tiene sentencia de prisión. Los hombres bien
sea mueren como delincuentes o hacen restitución. La ley bíblica requiere una
sociedad de hombres libres cuya libertad descansa en la responsabilidad.
La ley bíblica protegía al que
mataba accidentalmente a un hombre, como en el caso de los hombres que estaban
cortando leña, y la cabeza del hacha de uno volaba y mataba al otro. Las
ciudades de refugio protegían al hombre de la venganza familiar (Dt 19:1-10;
cf. Éx 21:13; Nm 35:9-22, 29-34).
El asesinato, sin embargo, se
castigaba con la muerte (Dt 19: 11-13; Nm 35: 23-28, 30-33; Lv 24: 17-22; Éx
21: 12-14, 18-32), y la ley no permitía ninguna excepción a esta sentencia.
La prueba del amor era actuar con
amor. El amor no hace mal al prójimo, y amor es guardar o cumplir la ley en
relación a otras personas. El amor es el pensamiento, la palabra y el acto que
acatan la ley. En donde no hay ley, tampoco hay amor. Los adúlteros no aman a
sus cónyuges, aunque muchos aducen que sí; quizá disfruten de sus esposas o
esposos y también de sus amantes, pero amar es guardar la ley.
El hombre humanista o, puesto que
se ha olvidado de la ley, debe lógicamente olvidarse también del amor. Ya hay
evidencias de esto. Lionel Rubinoff, siguiendo él mismo la ideología humanista,
ha descrito el problema moderno del mal en The Pornography of
Power [La pornografía del poder]. Un crítico resume así la tesis de Rubinoff:
Es, sin embargo, en su análisis
de El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de
Robert Louis Stevenson, que se capta más fácilmente la presuposición que
subyace en The Pornography of Power. De
la reseña de Stevenson de la ambivalencia de la naturaleza humana, Rubinoff
escribe: «El Dr. Jekyll, el humanista, originalmente crea al Sr. Hyde (lo que
en sí mismo ya es un acto completamente perverso) a fin de poder estudiar
científicamente las fuerzas del mal encarnadas en un Hyde, y luego expulsarla
de la psiquis humana.
Tan confiado está Jekyll en la
fuerza férrea de su virtud que de veras piensa que puede dar a luz al mal sin
que ese mal lo corrompa. Por desgracia, el virtuoso Jekyll no es rival para el
satánico Hyde. Una vez que el demonio ha sido libertado, el ángel busca
cualquier excusa para descender a lo más hondo de la depravación».
Pocos hombres pueden contemplar
cómodamente el concepto de la supremacía natural del mal sobre el bien en la
humanidad. La tradición judeocristiana alivia la angustia extendiendo la
esperanza de salvación mediante el ejercicio de una semblanza del libre
albedrío en la lucha terrenal contra las fuerzas del diablo. ¿Qué tiene una
edad cada vez más secular que hacer con el conocimiento de que el mal es una
parte inextricable de naturaleza humana?
Enfrentémoslo, dice Rubinoff.
Saquémoslo a la luz.
Como algunos pensadores humanista
os están empezando a reconocer, el hombre enfrenta al mundo, no con amor y
bondad, sino con mal. Mientras
más humanista o se vuelve el hombre, más la justicia, la autoridad y la
legitimidad se desvanecen del mundo. La iniquidad gobierna cada vez más los
asuntos nacionales e internacionales. La expresión del corazón e imaginación
del hombre de continuo es solo el mal. Rubinoff admite que el mal del hombre le
insta a un uso diabólico del poder, a lo que llama pornografía del poder. La
respuesta de Rubinoff no es el amor sino el mal:
El mayor mal al convertirse en
adicto a tal pornografía, dice Rubinoff, es que atrofia el crecimiento de la
imaginación, el único instrumento por el cual el hombre puede verdaderamente
entender, y así vivir con, la verdad desesperante de su naturaleza dual. Como
ejemplos de cómo usar la imaginación creativa al enfrentar el mal, Rubinoff
destaca a Jean Genet y Norman Mailer.
Dice que muchos de sus escritos
son esencialmente un esfuerzo por producir valores positivos al confrontar lo
negativo e irracional dentro de sí mismos, viviendo con ello y convirtiéndolo
en arte.
Como la mayoría de los programas
de superación personal, las ideas de Rubinoff son más fáciles de decir que de
aplicar. En cierto nivel, su libro podría estimular la escatología de grado
inferior como una forma de salvación.
Por otro lado, La pornografía del poder ofrece un
sustituto estético para la religión, por la cual los hombres menos creativos
que Genet y Mailer deben tratar de abrirse paso al conocimiento de sí mismo con
la ayuda de las imágenes artísticas del mal.
La respuesta de Rubinoff es que
nos volvemos Jekylls artísticos en vez de científicos, y producimos una legión
de Hydes. Propone que entremos en un mundo de amor y ley abrazando el mal,
expresándolo audaz y libremente como una aventura artística y creativa. Es un
programa de pecar para que la gracia abunde.
Lo que Rubinoff ha expresado, su
generación humanista lo está practicando. Hay universitarios, indigentes,
diplomáticos, políticos, clérigos, maestros y otros que practican una doctrina
inicua del mal como ley más alta y amor más alto.
Puesto que la doctrina humanista
del amor es antinomiana de rabo a cabo, es indiscutiblemente amar al mal. Es pues, un desarrollo
lógico del amor humanista o que se debe volver mal encarnado. El amor sin ley
es en esencia la afirmación del mal y sus manifestaciones.