3. ORÍGENES DEL ESTADO: SU OFICIO PROFÉTICO

INTRODUCCIÓN

Históricamente, los teólogos de manera bastante regular han hallado los orígenes del estado, o del gobierno civil, en el sexto mandamiento, o, con mayor precisión, en la caída del hombre. Antes de la caída, se sostiene, no había necesidad de un estado, puesto que el hombre no tenía pecado.
Después de la caída, la muerte entró en el mundo debido al pecado como castigo de Dios por el pecado, y se formó el estado a fin de mantener el pecado del hombre en cintura e invocar penas hasta de muerte para castigarlo. El estado es pues el verdugo de Dios, una institución que existe entre la Caída y la Segunda Venida para mantener al hombre en cintura.
Cullmann hace eco extensivamente de esta noción, y ve al estado «como algo “provisional”». Según Cullmann, Cristo y el cristianismo rechazan «el ideal teocrático judío como satánico». Todavía más, «Jesús no considera al estado como una institución definitiva que se deba igualar de alguna manera al Reino de Dios. El estado pertenece a la edad que todavía existe ahora, pero que se desvanecerá para siempre tan pronto venga el Reino de Dios». No es necesario que el estado sea cristiano, pero sí es necesario que el estado «conozca sus límites».
Estrechamente relacionado con esto es la noción escolástica y luterana que basa el estado en razones naturales y lo absuelve de toda conexión directa y responsabilidad con Dios.
En un sentido, esta posición es correcta, si sostenemos que el carácter provisional del estado tiene referencia a la forma del estado. Pero lo mismo se puede decir de la iglesia; también es provisional en su forma. Ni en el cielo ni en la nueva creación final habrá cargos de obispos, pastores, ancianos o diáconos. Esto no quiere decir que la iglesia sea meramente provisional, así como tampoco quiere decir que el estado sea meramente provisional.
Todavía más, Cullmann está terriblemente equivocado al sostener que el ideal teocrático de Israel fue satánico a los ojos de Cristo, porque este había venido a restaurar ese reino verdadero. La perversión de ese ideal es lo que era satánico, la perversión e imitación. En este punto, Cullmann tiene razón al observar que «pertenece a la naturaleza más profunda del diablo que imita a Dios». Lo que se imita es el gobierno divino, el reino de Dios.
Este reino existía en Edén; sus leyes gobernaban a Adán y Eva, y por último Adán y Eva las quebrantaron. Las autoridades civiles, así como también la iglesia, la escuela y la familia fueron ordenadas por Dios como diversos aspectos del permanente reino de Dios; cada una lleva las marcas de la caída, pero todas son ordenadas por Dios.
El gobierno directo de Dios desde entonces ha existido a través varias instituciones, de las cuales una es el estado. Es precisamente debido a que incluso estas instituciones plagadas por el pecado reflejan el gobierno de Dios en el mundo que se ordena la obediencia, y se declara que oponerse a ellas es oponerse a Dios (Ro 13:1-7).
Todavía más, como Calvino claramente señaló: menospreciar la providencia de aquel que es fundador del poder civil, es declararle la guerra. Entiéndase además, esos poderes son de Dios, no como se dice que la peste, la hambruna, las guerras y otras visitaciones por el pecado proceden de él; sino debido a que É las ha designado para el gobierno legítimo y justo del mundo6.
La plaga, la hambruna y la guerra son resultados y castigos que llegan al hombre por su pecado, pero el estado no es así (aunque los gobernantes perversos pudieran serlo), sino más bien un aspecto del gobierno justo de Dios. Habrá gobierno en la nueva creación como lo hay en el cielo y debe haberlo en la tierra.
La necesidad de ser justo y recto no desaparece en la nueva creación; más bien, la obediencia perfecta llega a ser el resultado del gobierno perfecto.
Ahora bien, el gobierno es un término mucho más amplio que el estado. El gobierno significa, primero, gobierno de uno mismo, luego la familia, la iglesia, el estado, vocación, asociaciones privadas y también mucho más. Pero el estado como un poder «más alto» pero no el más alto representa el ministerio de justicia de Dios, la plenitud del cual se ve en el cielo y en el infierno. El que el estado culmine, junto con la iglesia, familia, escuela, y vocación, en el reino de Dios en la nueva creación no su conclusión, como tampoco el nacimiento es la muerte del feto. Más bien es verdadera vida.
El primer y básico deber del estado es promover el reino de Dios al reconocer la soberanía de Dios y su palabra, y conformarse a la palabra-ley de Dios. El estado, pues, tiene la obligación de ser cristiano. Debe ser cristiano así como el hombre, la familia, la iglesia, la escuela y todo lo demás deben ser cristianos.
Sostener otra cosa es afirmar la muerte de Dios en la esfera del estado. Debido a que no ha exigido que el estado sea cristiano, debido a su teología implícita de la muerte de Dios, la iglesia ha entregado el estado a la razón apóstata y al diablo. Lo ha hecho porque ha negado la ley de Dios. De hecho, ha implicado que Dios está muerto fuera de las paredes de la iglesia, por lo que lógicamente debe proclamar su muerte dentro de la iglesia.
El concepto de que el estado está fundado en la caída y en el pecado ha fracasado porque se ha separado al estado de Dios, excepto como un tipo de manotazo de Dios, como una plaga o una hambruna. Luego, cuando se busca una doctrina positiva del estado, se ubica, no en el reino de Dios, sino en la razón natural, en la razón autónoma del hombre natural.
Si se separa al estado del reino de Dios, ¿cuánto tiempo va a subsistir la idea de pecado? Después de todo, el pecado es una ofensa contra Dios y su majestad, contra las leyes de su reino. El resultado es que si el estado no es parte del reino, no hay pecado en el mundo de la justicia y las relaciones humanas.
Esto, por supuesto, es la esencia de la ideología humanista. El que sigue la ideología humanista fácilmente se desilusiona de Dios, el hombre y la sociedad cuando no todo marcha bien, pero no se desilusiona consigo mismo. Por eso el poeta libanés Kahlil Gibran en su juventud «concebía el universo como perfecto y desprovisto de mal».
En reacción a su desilusión del mundo y de Dios, se hizo discípulo de Nietzsche, cuya filosofía gobernó los escritos de Gibran. En términos de esto veía amaneciendo la era del superhombre: «Vivimos en una era cuyos hombres más humildes están llegando a ser más grandes que los hombres más grandes de épocas precedentes». Su propia actitud, como el de un superhombre, fue de total santurronería. Como su propio supermán y dios, estaba por encima de toda crítica y por encima de la ley.
Claro, si el estado no es un aspecto del reino de Dios, inevitablemente dejará el concepto del pecado porque no tiene un Dios verdadero. Y, debido a que el hombre bajo la ideología humanista se vuelve su propio dios, ninguna ley puede gobernar a los dioses, que son su propia ley. Como Calvino notó, sin leyes el estado y la magistratura civil «no pueden subsistir; como, por otro lado, sin magistrados las leyes no tienen fuerza alguna. Por eso no se puede decir cosa más cierta que llamar a la ley un magistrado mudo, y al magistrado una ley parlante».
Un estado, por consiguiente atestigua contra sí mismo cuando mantiene en algún grado el orden-ley de Dios, y, si un estado no mantiene ese orden-ley en algún grado, colapsa en anarquía. Se reconoce al estado como un orden al cual los hombres bajo Dios deben rendirle obediencia, y las Escrituras repetidas veces requieren esta obediencia en donde se debe obediencia aun cuando la autoridad sea un Nerón.
No podemos menospreciar el oro y la plata porque estén en manos de hombres impíos. Por el contrario, debemos procurar poseerlos por medios santos. Debemos confesar que el oro es oro, quienquiera que lo posea, y como sea que lo use. De modo similar, el estado es el estado, creado y destinado para ser parte del Reino de Dios, llamado a magnificar a Dios al imponer su orden-ley, y por consiguiente no se puede menospreciar, por impíos que pudieran ser los gobernantes.
Si menospreciamos y abandonamos el oro, no podemos quejarnos si sus nuevos dueños no son de nuestro gusto; si renunciamos al estado como ordenado por Dios y como aspecto importante de su reino, ¿podemos quejarnos si los perversos lo aprovechan?
El sexto mandamiento, «no matarás», tiene tanto un aspecto negativo, el castigo de los que injustamente cometen actos de violencia, y un lado positivo, la protección de la vida en términos de la ley de Dios. El estado por lo general se basa en el aspecto negativo y sirve en el mejor de los casos como verdugo de Dios.
El estado en verdad debe «infundir temor al malo» proteger a los buenos y elogiarlos (Ro 13: 3). Al proteger la vida y promover la seguridad de la familia y de la religión, el estado es a todas luces positivo en su ministerio. La protección no es solo negación; es un presente y continuo clima de paz y seguridad.
La acusación del rey Josafat a los jueces de Judá es reveladora: «Mirad lo que hacéis; porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2ª Cr 19:6, 7).
La ley se nos da como principios (los diez mandamientos) y como casos (los mandamientos detallados), y su significado se debe martillar en la experiencia y en la prueba. Esto no quiere decir que la ley sea algo en desarrollo sino que la consciencia del hombre de sus implicaciones se desarrolla conforme nuevas situaciones traen luz fresca a las posibles aplicaciones de la ley.
El salmista en el Salmo 119 vio la ley como una fuerza positiva en su crecimiento y en su capacidad para resistir las adversidades de la historia.

EL SANTUARIO, COMO HEMOS VISTO, ERA EL SALÓN DEL TRONO DE DIOS.

Cuando se estableció el gobierno servil de Israel, se hizo ante el santuario. Dios allí habló a los setenta ancianos del pueblo y derramó sobre ellos su Espíritu, así que el primer Pentecostés fue el Pentecostés civil en la ordenación de las autoridades civiles (Nm 11: 16-17, 24-30).
Por lo general se deja en el descuido el significado de este evento, porque se descuida la ley como un todo. Moisés, allí, como representante de Cristo Rey, medió el don del Espíritu. Que esto no fue un acontecimiento excepcional se deja en claro por el ungimiento de Saúl, que también profetizó (1ª S 10:1-7).
La profecía en sí no fue su oficio o llamamiento, ni el de los setenta ancianos ni de Saúl; ellos eran gobernantes civiles. El testigo lleno del Espíritu de la profecía atestiguaba su cargo, que fue ordenación de Dios. Estos dos pentecosteses civiles ocurrieron a comienzos de dos formas de gobierno civil en Israel: la comunidad y la monarquía. La ordenación de los demás era por un ungimiento.
La iglesia primitiva vio su continuidad con el Pentecostés de la iglesia, con sus ritos de coronación. La forma del rito subsiste, aunque la fe ha desaparecido. El juramento requerido de la reina Isabel II decía:
¿Mantendrás, al máximo de tu poder, las leyes de Dios y la verdadera profesión del evangelio? ¿Mantendrás, al máximo de tu poder, en el Reino Unido la Religión Reformada Protestante establecida por ley? ¿Mantendrás y preservarás inviolablemente el establecimiento de la Iglesia de Inglaterra, y la doctrina, adoración, disciplina y gobierno consiguiente, como lo establece la ley en Inglaterra? Y, ¿preservarás para los obispos, el clero de Inglaterra, y las iglesias puestas bajo su responsabilidad, todos los derechos y privilegios que por ley les pertenecen a todos y a cada uno de ellos?.
Después de este juramento, el moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia le trajo a la reina la Biblia, y le dijo:
Su Graciosa Majestad: Para mantener a su Majestad para siempre consciente de la ley y del evangelio de Dios como regla para toda la vida y gobierno de la Princesa cristiana, le presentamos este libro, lo más valioso que este mundo ofrece.

AQUÍ HAY SABIDURÍA; ESTA ES LA LEY REAL; ÉSTOS SON LOS ORÁCULOS VIVOS DE DIOS.

Después del ungimiento, que citaba el ungimiento de Salomón, siguió la presentación de la espada del estado, que el arzobispo de York, recibió del gran señor chambelán, y la presentó a la reina con estas palabras:
Recibe esta real espada, traída del altar de Dios, y entregada a ti por las manos de nosotros los obispos y siervos de Dios, aunque indignos. Con esta espada haz justicia, detén el crecimiento de la iniquidad, protege a la santa Iglesia de Dios, ayuda y defiende a las viudas y huérfanos, restaura las cosas que están decayendo, mantén de las cosas que se restauran, castiga y reforma lo que está errado, y confirma lo que es de buen orden; que haciendo estas cosas seas gloriosa en toda virtud; y sirve fielmente a Nuestro Señor Jesucristo en esta vida, para que reines para siempre con él en la vida venidera. R. Amén.
Cuando se le dio a la reina el orbe con la cruz, el arzobispo declaró:
Recibe este orbe colocado bajo la cruz, y recuerda que todo el mundo está sujeto al poder e imperio de Cristo nuestro Redentor.
Esta ceremonia es un eco de las ceremonias de coronación antiguos, y de la fe bíblica por más que se abuse de ellos en los ritos de coronación de que el orden civil está directamente bajo Dios y es establecido por orden suya como parte de su reino. Cuando la gente reemplaza a Dios como señor y soberano, el Pentecostés civil da paso a Babel y a la confusión de lenguas.
Los eruditos han intentado convertir en figuras eclesiásticas a los setenta hombres de Números 11: 16, 17, pero no hay justificación para eso, y el Pentecostés civil paralelo en el ungimiento de Saúl, haciendo eco de Números 11: 24-30, deja en claro que se tiene en mente el orden civil. El don de la profecía intervino en ambos casos, no porque se convirtieran en profetas y predicadores, sino porque el oficio de magistrados civiles y el oficio del estado son oficios proféticos, en que el funcionario civil debe hablar por Dios, y el significado primario del profeta es uno que habla por Dios.
El estado puede por tanto hablar por Dios, y los funcionarios del estado son profetas, en siempre que observen, obedezcan, estudien y hagan respetar la ley de Dios. El que el estado busque un oficio profético independiente es renunciar a su oficio y convertirse en falso profeta.
Sea por la imposición de manos, o por unción, o por juramento del cargo y oración, a los funcionarios de la iglesia y del estado se les instala en el cargo de profeta y hablan por Dios en sus respectivas esferas. Este es un hecho dejado en el olvido, pero es bíblico de todas maneras. El punto de vista eclesiástico fue expresado de manera contundente por el anglicano Rvdo. R. Winterbotham, en su comentario sobre Números 11: 17, 24-30:
«los dones del Espíritu no son independientes del orden eclesiástico». Añadió que «es el propósito de Dios el que está en operación, no el ceremonial, por autoritativo que sea. El Espíritu de Dios es un Espíritu libre, incluso cuando elige actuar a través de ciertos canales (Hch 1: 26; 13: 2; 1 Co 12:11; 2 Co 3:17)», aunque restringió el Espíritu a la iglesia, punto de vista totalmente falso. Más bien, los dones del Espíritu no son independientes del orden de Dios, y lo mismo la iglesia que el estado pueden ser parte de ese orden.

También pueden ser hostiles y ajenos al orden de Dios.