INTRODUCCIÓN
Históricamente, los teólogos de
manera bastante regular han hallado los orígenes del estado, o del gobierno
civil, en el sexto mandamiento, o, con mayor precisión, en la caída del hombre.
Antes de la caída, se sostiene, no había necesidad de un estado, puesto que el
hombre no tenía pecado.
Después de la caída, la muerte
entró en el mundo debido al pecado como castigo de Dios por el pecado, y se
formó el estado a fin de mantener el pecado del hombre en cintura e invocar
penas hasta de muerte para castigarlo. El estado es pues el verdugo de Dios,
una institución que existe entre la Caída y la Segunda Venida para mantener al
hombre en cintura.
Cullmann hace eco extensivamente
de esta noción, y ve al estado «como algo “provisional”». Según Cullmann,
Cristo y el cristianismo rechazan «el ideal teocrático judío como satánico».
Todavía más, «Jesús no considera al estado como una institución definitiva que
se deba igualar de alguna manera al Reino de Dios. El estado pertenece a la
edad que todavía existe ahora, pero que se desvanecerá para siempre tan pronto
venga el Reino de Dios». No es necesario que el estado sea cristiano, pero sí
es necesario que el estado «conozca sus límites».
Estrechamente relacionado con
esto es la noción escolástica y luterana que basa el estado en razones
naturales y lo absuelve de toda conexión directa y responsabilidad con Dios.
En un sentido, esta posición es
correcta, si sostenemos que el carácter provisional del estado tiene referencia
a la forma del estado. Pero lo
mismo se puede decir de la iglesia; también es provisional en su forma. Ni en
el cielo ni en la nueva creación final habrá cargos de obispos, pastores,
ancianos o diáconos. Esto no quiere decir que la iglesia sea meramente
provisional, así como tampoco quiere decir que el estado sea meramente
provisional.
Todavía más, Cullmann está
terriblemente equivocado al sostener que el ideal teocrático de Israel fue
satánico a los ojos de Cristo, porque este había venido a restaurar ese reino
verdadero. La perversión de ese ideal es lo que era satánico, la perversión e
imitación. En este punto, Cullmann tiene razón al observar que «pertenece a la
naturaleza más profunda del diablo que imita a Dios». Lo que se imita es el
gobierno divino, el reino de Dios.
Este reino existía en Edén; sus
leyes gobernaban a Adán y Eva, y por último Adán y Eva las quebrantaron. Las
autoridades civiles, así como también la iglesia, la escuela y la familia
fueron ordenadas por Dios como diversos aspectos del permanente reino de Dios;
cada una lleva las marcas de la caída, pero todas son ordenadas por Dios.
El gobierno directo de Dios desde
entonces ha existido a través varias instituciones, de las cuales una es el
estado. Es precisamente debido a que incluso estas instituciones plagadas por
el pecado reflejan el gobierno de Dios en el mundo que se ordena la obediencia,
y se declara que oponerse a ellas es oponerse a Dios (Ro 13:1-7).
Todavía más, como Calvino
claramente señaló: menospreciar la providencia de aquel que es fundador del
poder civil, es declararle la guerra. Entiéndase además, esos poderes son de
Dios, no como se dice que la peste, la hambruna, las guerras y otras
visitaciones por el pecado proceden de él; sino debido a que É las ha designado
para el gobierno legítimo y justo del mundo6.
La plaga, la hambruna y la guerra
son resultados y castigos que llegan al hombre por su pecado, pero el estado no
es así (aunque los gobernantes perversos pudieran serlo), sino más bien un
aspecto del gobierno justo de Dios. Habrá gobierno en la nueva creación como lo
hay en el cielo y debe haberlo en la tierra.
La necesidad de ser justo y recto
no desaparece en la nueva creación; más bien, la obediencia perfecta llega a
ser el resultado del gobierno perfecto.
Ahora bien, el gobierno es un
término mucho más amplio que el estado. El gobierno significa, primero,
gobierno de uno mismo, luego la familia, la iglesia, el estado, vocación,
asociaciones privadas y también mucho más. Pero el estado como un poder «más
alto» pero no el más alto representa
el ministerio de justicia de Dios, la plenitud del cual se ve en el cielo y en
el infierno. El que el estado culmine, junto con la iglesia, familia, escuela,
y vocación, en el reino de Dios en la nueva creación no su conclusión, como tampoco
el nacimiento es la muerte del feto. Más bien es verdadera vida.
El primer y básico deber del estado es promover el reino de Dios al
reconocer la soberanía de Dios y su palabra, y conformarse a la palabra-ley de
Dios. El estado, pues, tiene la obligación de ser cristiano. Debe ser cristiano
así como el hombre, la familia, la iglesia, la escuela y todo lo demás deben
ser cristianos.
Sostener otra cosa es afirmar la
muerte de Dios en la esfera del estado. Debido a que no ha exigido que el
estado sea cristiano, debido a su teología implícita de la muerte de Dios, la
iglesia ha entregado el estado a la razón apóstata y al diablo. Lo ha hecho
porque ha negado la ley de Dios. De hecho, ha implicado que Dios está muerto
fuera de las paredes de la iglesia, por lo que lógicamente debe proclamar su
muerte dentro de la iglesia.
El concepto de que el estado está
fundado en la caída y en el pecado ha fracasado porque se ha separado al estado
de Dios, excepto como un tipo de manotazo de Dios, como una plaga o una hambruna.
Luego, cuando se busca una doctrina positiva del estado, se ubica, no en el
reino de Dios, sino en la razón natural, en la razón autónoma del hombre
natural.
Si se separa al estado del reino
de Dios, ¿cuánto tiempo va a subsistir la idea de pecado? Después de todo, el
pecado es una ofensa contra Dios y su majestad, contra las leyes de su reino.
El resultado es que si el estado no es parte del reino, no hay pecado en el mundo de la justicia y las relaciones
humanas.
Esto, por supuesto, es la esencia
de la ideología humanista. El que sigue la ideología humanista fácilmente se
desilusiona de Dios, el hombre y la sociedad cuando no todo marcha bien, pero
no se desilusiona consigo mismo. Por eso el poeta libanés Kahlil Gibran en su
juventud «concebía el universo como perfecto y desprovisto de mal».
En reacción a su desilusión del
mundo y de Dios, se hizo discípulo de Nietzsche, cuya filosofía gobernó los
escritos de Gibran. En términos de esto veía amaneciendo la era del
superhombre: «Vivimos en una era cuyos hombres más humildes están llegando a
ser más grandes que los hombres más grandes de épocas precedentes». Su propia
actitud, como el de un superhombre, fue de total santurronería. Como su propio
supermán y dios, estaba por encima de toda crítica y por encima de la ley.
Claro, si el estado no es un
aspecto del reino de Dios, inevitablemente dejará el concepto del pecado porque
no tiene un Dios verdadero. Y, debido a que el hombre bajo la ideología
humanista se vuelve su propio dios, ninguna ley puede gobernar a los dioses,
que son su propia ley. Como Calvino notó, sin leyes el estado y la magistratura
civil «no pueden subsistir; como, por otro lado, sin magistrados las leyes no
tienen fuerza alguna. Por eso no se puede decir cosa más cierta que llamar a la
ley un magistrado mudo, y al magistrado una ley parlante».
Un estado, por consiguiente
atestigua contra sí mismo cuando mantiene en algún grado el orden-ley de Dios,
y, si un estado no mantiene ese orden-ley en algún grado, colapsa en anarquía.
Se reconoce al estado como un orden al cual los hombres bajo Dios deben
rendirle obediencia, y las Escrituras repetidas veces requieren esta obediencia
en donde se debe obediencia aun cuando la autoridad sea un Nerón.
No podemos menospreciar el oro y
la plata porque estén en manos de hombres impíos. Por el contrario, debemos
procurar poseerlos por medios santos. Debemos confesar que el oro es oro,
quienquiera que lo posea, y como sea que lo use. De modo similar, el estado es
el estado, creado y destinado para ser parte del Reino de Dios, llamado a
magnificar a Dios al imponer su orden-ley, y por consiguiente no se puede
menospreciar, por impíos que pudieran ser los gobernantes.
Si menospreciamos y abandonamos
el oro, no podemos quejarnos si sus nuevos dueños no son de nuestro gusto; si
renunciamos al estado como ordenado por Dios y como aspecto importante de su
reino, ¿podemos quejarnos si los perversos lo aprovechan?
El sexto mandamiento, «no
matarás», tiene tanto un aspecto negativo, el castigo de los que injustamente
cometen actos de violencia, y un lado positivo, la protección de la vida en
términos de la ley de Dios. El estado por lo general se basa en el aspecto
negativo y sirve en el mejor de los casos como verdugo de Dios.
El estado en verdad debe
«infundir temor al malo» proteger a los buenos y elogiarlos (Ro 13: 3). Al
proteger la vida y promover la seguridad de la familia y de la religión, el
estado es a todas luces positivo en su ministerio. La protección no es solo
negación; es un presente y continuo clima de paz y seguridad.
La acusación del rey Josafat a
los jueces de Judá es reveladora: «Mirad lo que hacéis; porque no juzgáis en
lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando
juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque
con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión
de cohecho» (2ª Cr 19:6, 7).
La ley se nos da como principios
(los diez mandamientos) y como casos (los mandamientos detallados), y su
significado se debe martillar en la experiencia y en la prueba. Esto no quiere
decir que la ley sea algo en desarrollo sino que la consciencia del hombre de
sus implicaciones se desarrolla conforme nuevas situaciones traen luz fresca a
las posibles aplicaciones de la ley.
El salmista en el Salmo 119 vio la
ley como una fuerza positiva en su crecimiento y en su capacidad para resistir las
adversidades de la historia.
EL SANTUARIO, COMO HEMOS VISTO, ERA EL
SALÓN DEL TRONO DE DIOS.
Cuando se estableció el gobierno servil
de Israel, se hizo ante el santuario. Dios allí habló a los setenta ancianos
del pueblo y derramó sobre ellos su Espíritu, así que el primer Pentecostés fue
el Pentecostés civil en la ordenación de las autoridades civiles (Nm 11: 16-17,
24-30).
Por lo general se deja en el
descuido el significado de este evento, porque se descuida la ley como un todo.
Moisés, allí, como representante de Cristo Rey, medió el don del Espíritu. Que
esto no fue un acontecimiento excepcional se deja en claro por el ungimiento de
Saúl, que también profetizó (1ª S 10:1-7).
La profecía en sí no fue su
oficio o llamamiento, ni el de los setenta ancianos ni de Saúl; ellos eran
gobernantes civiles. El testigo lleno del Espíritu de la profecía atestiguaba
su cargo, que fue ordenación de Dios. Estos dos pentecosteses civiles
ocurrieron a comienzos de dos formas de gobierno civil en Israel: la comunidad
y la monarquía. La ordenación de los demás era por un ungimiento.
La iglesia primitiva vio su
continuidad con el Pentecostés de la iglesia, con sus ritos de coronación. La
forma del rito subsiste, aunque la fe ha desaparecido. El juramento requerido
de la reina Isabel II decía:
¿Mantendrás, al máximo de tu
poder, las leyes de Dios y la verdadera profesión del evangelio? ¿Mantendrás,
al máximo de tu poder, en el Reino Unido la Religión Reformada Protestante
establecida por ley? ¿Mantendrás y preservarás inviolablemente el
establecimiento de la Iglesia de Inglaterra, y la doctrina, adoración,
disciplina y gobierno consiguiente, como lo establece la ley en Inglaterra? Y,
¿preservarás para los obispos, el clero de Inglaterra, y las iglesias puestas
bajo su responsabilidad, todos los derechos y privilegios que por ley les
pertenecen a todos y a cada uno de ellos?.
Después de este juramento, el
moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia le trajo a la reina
la Biblia, y le dijo:
Su Graciosa Majestad: Para
mantener a su Majestad para siempre consciente de la ley y del evangelio de
Dios como regla para toda la vida y gobierno de la Princesa cristiana, le
presentamos este libro, lo más valioso que este mundo ofrece.
AQUÍ HAY SABIDURÍA; ESTA ES LA LEY
REAL; ÉSTOS SON LOS ORÁCULOS VIVOS DE DIOS.
Después del ungimiento, que
citaba el ungimiento de Salomón, siguió la presentación de la espada del
estado, que el arzobispo de York, recibió del gran señor chambelán, y la
presentó a la reina con estas palabras:
Recibe esta real espada, traída
del altar de Dios, y entregada a ti por las manos de nosotros los obispos y
siervos de Dios, aunque indignos. Con esta espada haz justicia, detén el
crecimiento de la iniquidad, protege a la santa Iglesia de Dios, ayuda y
defiende a las viudas y huérfanos, restaura las cosas que están decayendo,
mantén de las cosas que se restauran, castiga y reforma lo que está errado, y
confirma lo que es de buen orden; que haciendo estas cosas seas gloriosa en
toda virtud; y sirve fielmente a Nuestro Señor Jesucristo en esta vida, para
que reines para siempre con él en la vida venidera. R. Amén.
Cuando se le dio a la reina el
orbe con la cruz, el arzobispo declaró:
Recibe este orbe colocado bajo la
cruz, y recuerda que todo el mundo está sujeto al poder e imperio de Cristo
nuestro Redentor.
Esta ceremonia es un eco de las
ceremonias de coronación antiguos, y de la fe bíblica por más que se abuse de ellos
en los ritos de coronación de que el orden civil está directamente bajo Dios y
es establecido por orden suya como parte de su reino. Cuando la gente reemplaza
a Dios como señor y soberano, el Pentecostés civil da paso a Babel y a la
confusión de lenguas.
Los eruditos han intentado
convertir en figuras eclesiásticas a los setenta hombres de Números 11: 16, 17,
pero no hay justificación para eso, y el Pentecostés civil paralelo en el
ungimiento de Saúl, haciendo eco de Números 11: 24-30, deja en claro que se
tiene en mente el orden civil. El don de la profecía intervino en ambos casos,
no porque se convirtieran en profetas y predicadores, sino porque el oficio de
magistrados civiles y el oficio del estado son oficios proféticos, en que el funcionario civil debe hablar por Dios, y
el significado primario del profeta es uno que habla por Dios.
El estado puede por tanto hablar
por Dios, y los funcionarios del estado son profetas, en siempre que observen,
obedezcan, estudien y hagan respetar la ley de Dios. El que el estado busque un
oficio profético independiente es renunciar a su oficio y convertirse en falso
profeta.
Sea por la imposición de manos, o
por unción, o por juramento del cargo y oración, a los funcionarios de la
iglesia y del estado se les instala en el cargo de profeta y hablan por Dios en
sus respectivas esferas. Este es un hecho dejado en el olvido, pero es bíblico
de todas maneras. El punto de vista eclesiástico fue expresado de manera
contundente por el anglicano Rvdo. R. Winterbotham, en su comentario sobre
Números 11: 17, 24-30:
«los dones del Espíritu no son
independientes del orden eclesiástico». Añadió que «es el propósito de Dios el
que está en operación, no el ceremonial, por autoritativo que sea. El Espíritu
de Dios es un Espíritu libre, incluso cuando elige actuar a través de ciertos
canales (Hch 1: 26; 13: 2; 1 Co 12:11; 2 Co 3:17)», aunque restringió el
Espíritu a la iglesia, punto de vista totalmente falso. Más bien, los dones del
Espíritu no son independientes del orden de Dios, y lo mismo la iglesia que el
estado pueden ser parte de ese orden.
También pueden ser hostiles y
ajenos al orden de Dios.