19. LA VIOLENCIA COMO SOBERBIA

INTRODUCCIÓN

La esencia de la ofensa de Amalec fue su desplante contra Dios, iniquidad religiosa por la cual cuestionaba a Dios y lo negaba. En la ley se describe esto como actuar con soberbia (en RVR), o actuar con desafío (LBLA), es decir, levantar la mano de uno en arrogancia ante el Señor, y ejecutar acción agresiva contra Dios y su ordenley.

DOS PASAJES DE LA LEY TRATAN ESTA OFENSA COMO DELITO CAPITAL:

Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella (Nm 15: 30, 31).
Y el hombre que procediere con soberbia, no obedeciendo al sacerdote que está para ministrar allí delante de Jehová tu Dios, o al juez, el tal morirá; y quitarás el mal de en medio de Israel. Y todo el pueblo oirá, y temerá, y no se ensoberbecerá (Dt 17: 12, 13).
La referencia en Deuteronomio 17:12, 13 al sacerdote es al hecho de que la corte en Israel a menudo tenía lugar delante o en el santuario (el palacio y salón del trono de Dios), con un sacerdote (o el sumo sacerdote) incluido en la corte suprema.
Waller observó de este pasaje (Dt 17: 12, 13) que «soberbia» quiere decir «una aseveración propia arrogante contra la ley. La pena de muerte surge necesariamente de la teocracia. Si Dios es el rey de la nación, la rebelión contra su ley es traición, y si la rebelión es arrogante y voluntaria, la pena de muerte es lo único que deberíamos esperar que se aplique».
Una lectura de Éxodo 17: 16 indica con claridad que esto era básico en la posición de Amalec: «Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación».
La esencia del amalecita es, como se ha visto, el deseo de ejercer omnipotencia en la destrucción. Pero, por cuanto, aunque el hombre es poderoso, no es todopoderoso, ejerce su poder en falsa omnipotencia. En lugar de crear una cultura, el amalecita destruye toda cultura que toca, como parásito y también como destructor sistemático.
Como ejemplo de los extremos extraños a los cuales irá la perversidad y la soberbia es el movimiento de la «iglesia» y «universidad» descubierto en abril de 1969. Era un movimiento internacional, y cometió el error de poner una sucursal cerca de una ciudad pequeña y así quedó expuesto. Izquierdista en orientación, usando religiosamente narcóticos, su catálogo de «universidad» ofrecía, entre otras cosas, un curso sobre canibalismo, incluyendo el nombre del curso y del maestro, y llamando al curso un «cooperativo». Sea que lo haya intentado decir en serio o no, su marco de trabajo era de total posibilidad y ninguna ley:
Los participantes de este cooperativo deben estar dispuestos a ayudar a obtener carne humana recién matada y a prepararla o a comerla.
Nos reuniremos semanalmente en una cena comunitaria el domingo al anochecer que todos ayudaremos a preparar, cada uno preparando sus propios guisos hasta que podamos obtener carne humana.
Al principio consideraremos el estatus histórico y legal del canibalismo y luego avanzaremos desde allí.
La primera reunión será el 16 de febrero de 1969 a las 5: 30 p.m. Llame al Red Book de la Midpeninsula Free University, 328-4941, para información.
Esto no es aberración intelectual. Los filósofos cínicos de Grecia fomentaban el canibalismo como uso lógico de la carne humana.
Detrás de estas ideas hay un principio religioso. La palabra libertino viene de liber, «libre» en latín, y el concepto de libertad incluido en el libertinismo es la libertad de Dios. «Una de las ambiciones de Sade» era «ser inocente por fuerza de culpabilidad; destrozar lo que es normal, de una vez por todas, y destrozar las leyes por la cual podría haber sido juzgado». Como Blanchot comenta:
El hombre sádico niega al hombre, y esta negación la logra mediante el intermediario de la noción de Dios. Temporalmente se hace Dios, así que ante él los hombres quedan reducidos a nada y descubre la nada de ser ante Dios.
«¿Es cierto, verdad, príncipe, que tú no amas a los hombres?», pregunta Julieta.
«Los aborrezco. Ni un solo momento pasa sin que mi mente no esté ocupada urdiendo violentamente hacerles daño. En verdad, no hay una raza más horrible, más aterradora ¡Cuán baja y vil, cuán ruin y aborrecible raza es» «Pero», interrumpe Julieta, «¿en realidad no piensas que estás incluido entre los hombres? Oh, no, no, cuando uno los domina con tal energía es imposible pertenecer a la misma raza» A lo cual Saint-Ford dice: «Sí, tienes razón. Somos dioses».
Con todo, la dialéctica evoluciona a otros niveles: el hombre de Sade, que se ha irrogado el poder de erigirse por encima de los hombres el poder por los cuales los hombres enloquecidamente se rinden a Diosni por un solo momento se olvida de que este poder es completamente negativo. Ser Dios puede tener solo un significado: triturar al hombre, reducir la creación a nada.
«Me gustaría ser la caja de Pandora», dice Saint-Ford en un punto, «de modo de que todos los males que escaparon de mi pecho pudieran destruir individualmente a toda la humanidad». Y Verneuil: «Y si fuera verdad que existe un Dios, ¿no seríamos sus rivales, puesto que destruimos así lo que él ha hecho?».
El objetivo, así, de los violentos es la destrucción total; pueden hablar de producir un nuevo orden social, pero su trabajo primario y esencial es destruir todos los existentes. Pueden hablar, como humanistas, de un amor al hombre, pero el hombre nunca antes ha conocido un odio tan radical como el que estos violentos dirigen en su contra.
A los violentos les encanta la perversidad porque es perversa; les encanta una mentira, porque es una mentira; su placer y poder están en el engaño y la destrucción.
Como alguien, atrapado en una mentira, comentó con deleite y triunfo: «Pero logré que lo creas, ¿verdad?».

LA VICTORIA ÚLTIMA, PUES, ES DEMOLER AL HOMBRE Y PROCLAMAR LA MUERTE DE DIOS.

En palabras de Verneuil, «Y si fuera verdad que existiera un Dios, ¿no seríamos sus rivales, puesto que destruimos así lo que él ha hecho?». A los hombres hay que reducirlos a la nada para demostrar que el amalecita, el violento, es el nuevo dios, suplantando al que supuestamente está muerto.
A estos soberbios, hombres de mano alzada según la ley hay que ejecutarlos.
Negar la ley y ponerse uno mismo contra Dios es buscar el asesinato de toda la sociedad y merecer la pena de muerte. La desobediencia civil, que está firmemente cimentada en la ley bíblica es una cosa, pero la desobediencia civil que pone al hombre por encima de la ley es otra: es anarquía. Es una negación del principio de la ley trascendental.
De aquí que Dios está en guerra con Amalec en toda generación, porque en toda generación el orden-ley absoluto de Dios es el único cimiento verdadero de la sociedad, en tanto que Amalec, decidido a ser su propio dios, trata de destruir todo rastro del orden-ley de Dios.

DEBIDO A QUE EL AMALECITA ABORRECE A DIOS, TAMBIÉN ABORRECE LA VIDA.

En las palabras de Cristo, hablando como Sabiduría: «Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; Todos los que me aborrecen aman la muerte» (Pr 8: 36). Este aborrecimiento de la vida colorea toda la vida y se manifiesta en todo aspecto. Para citar un ejemplo revelador; en la primavera de 1969, una cuña comercial de televisión de una prominente compañía manufacturera de aceites infantiles y productos relacionados usó esta frase: «No es fácil ser bebé».
Este enunciado repetido en el corazón de la cuña se usó porque era un enunciado significativo en este día y era. Claro, si es difícil ser bebé, es un problema estar vivo. Una generación que acepta la tesis de que «no es fácil ser bebé» por cierto se rebelará en eso de ser adolescentes al enfrentar responsabilidad- des venideras, y se rebelará incluso más al ser adultos con responsabilidades. Si «no es fácil ser bebé», podemos esperar rabietas verdaderamente violentas al ser adulto.
De nuevo, la violencia la engendran las enseñanzas falsas que, en el nombre de Dios, niegan a Dios. En 1968, en un grupo de estudio bíblico de mujeres, ostensiblemente «fundamentalista» y fuertemente arminiano, se hizo esta afirmación y se aceptó casi sin disensión: «Las necesidades humanas vienen antes que la ley de Dios».
Este es una incitación a quebrantar la ley, porque no hay ley de Dios que una necesidad humana no pueda contradecir. Cuando los clérigos hacen tales afirmaciones, el mundo no tiene necesidad de que el Marqués de Sade o los marxistas hagan violencia; es una inevitabilidad histórica que las «necesidades humanas» atacarán violentamente el orden-ley de Dios.
Para volver a la ley, como se dice en Números 15:30, 31:
Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella.
El que más que excomunión es lo que esto quiere decir es evidente en Deuteronomio 17: 12, 13, en donde la pena capital, la muerte, se exige para este «proceder con soberbia contra la ley». Desafiar la ley y tratarla con desdén, ponerse uno mismo por encima de las leyes de Dios y del hombre, es estar en guerra total con Dios y con el hombre, y la pena es la muerte.
Si una sociedad rehúsa aplicar la pena de muerte exigida, allí Dios le cobra la pena de muerte a esa sociedad. El hecho básico del orden-ley de Dios es que, desde la caída de Adán en adelante, la pena de muerte ha sido efectiva. Las sociedades han caído en grandes números por su desafío a Dios, y continuarán cayendo mientras continúen su violación del orden de Dios.
Todo estado y toda sociedad, pues, tiene que decidir: sentenciar a muerte a los que merecen morir, o morir ellos mismos. Pero todos los que aborrecen a Dios escogen la muerte. Por cierto, el pecado de presunción o soberbia es la total rebelión contra Dios y el hombre; todo el que lo permite ha escogido la muerte sea que lo reconozca o no.
Dios aborrece a todos los soberbios. Como Salomón declaró: «El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco» (Pr 8: 13). Esto es una referencia clara a personas (no solo características) de una clase en particular. Dios los aborrece y espera que nosotros también los aborrezcamos si lo tememos a Él. Temer a Dios es aborrecer el mal en toda forma, y amar a los perversos es aborrecer a Dios y menospreciar su palabra-ley.
La mente humanista trata de ser más sabia y más santa que Dios; aduce que con amor puede llevar a los perversos a la salvación. Ve con horror a los que se regocijan en la caída de los perversos. Dios, sin embargo, deja en claro su placer y risa en la caída de los necios, de los burladores, del voluntariamente insensato, y de los perversos de toda clase:
Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, Extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, Sino que desechasteis todo consejo mío Y mi reprensión no quisisteis, También yo me reiré en vuestra calamidad, Y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; Cuando viniere como una destrucción lo que teméis, Y vuestra calamidad llegare como un torbellino; Cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; Me buscarán de mañana, y no me hallarán.
Por cuanto aborrecieron la sabiduría, Y no escogieron el temor de Jehová, Ni quisieron mi consejo, Y menospreciaron toda reprensión mía, Comerán del fruto de su camino, Y serán hastiados de sus propios consejos. Porque el desvío de los ignorantes los matará, Y la prosperidad de los necios los echará a perder; Mas el que me oyere, habitará confiadamente Y vivirá tranquilo, sin temor del mal (Pr 1: 24-33).
No solo es bien evidente el odio de Dios por los perversos en esta declaración, sino también su negativa a que lo usen como póliza de seguros. El hombre está dispuesto a concederle a Dios un lugar en el universo, siempre y cuando pueda usar a Dios y hacer que Dios lo sirva. Lo que se dice no son afirmaciones soberanas de Dios omnipotente, sino las afirmaciones soberanas de un hombre moralmente libre.
Este hombre humanista aceptará a Dios en el mejor de los casos como un aliado y compadre, aunque más a menudo solo como póliza de seguros, como una llanta de emergencia que pueda usar en caso de problemas, si acaso. Pero a Dios nadie va a usarlo. La soberbia de los que hacen uso santurrón de Dios es tan perversa como la soberbia de los que, como Amalec, lo desafían.

Hay grados en la expresión de su mal y su soberbia, pero la soberbia, explícita o implícita, los gobierna por igual. Satanás lo intentó primero, y, después de siglos de esfuerzo, ni siquiera se acerca a su meta.