INTRODUCCIÓN
El aborto, la destrucción del
embrión humano o feto, por largo tiempo se ha considerado según los estándares
bíblicos como asesinato. La base de esta determinación es el sexto
mandamiento y Éxodo 21:22-25. La «interpretación explicativa» de Cassuto de
este último pasaje saca a la luz su significado:
Si dos hombres se pelean y llegan
a hacerle daño sin intención a una mujer embarazada, y su hijo nace pero sin
poner en peligro su vida es decir, ni la mujer ni el niño mueren, el que le
hizo daño es castigado con una multa.
Pero si hay algún daño, es decir,
si la mujer muere o el hijo muere, se exigirá vida por vida.
El comentario de Keil and
Delitzsch es importante:
Si dos hombres peleaban y
tropezaban contra una mujer embarazada, que se había acercado a ellos o
intervenido con el propósito de separarlos, y como resultado esta daba a luz al
niño (venía al mundo), y no había daño ni para la mujer ni para el niño que
nacía, se debía pagar una compensación pecuniaria, que determinaba el esposo de
la mujer, y él debía pagarla por intermedio de árbitros. Se impone una multa,
porque aunque no se había hecho daño a la mujer ni a los frutos de su vientre,
tal golpe podía haber puesto en peligro la vida El plural se emplea con el
propósito de hablar indefinidamente, porque podía ocurrir que había más de un
hijo en el vientre.
«Mas si hubiere muerte [de la madre o del hijo] entonces pagarás vida por vida, herida
por herida; de esta manera se debía hacer retribución perfecta.
Es interesante notar que el
dispensacionalismo antinomiano no ve ley aquí ni en ninguna otra parte. Waltke,
del Seminario Teológico de Dallas no ve ley contra el aborto aquí y hasta
piensa que «el aborto era permisible en la ley del Antiguo Testamento».
La importancia de Éxodo 21: 22-25
se hace mucho más clara cuando nos damos cuenta de que este es una norma
jurídica, o sea, que establece mediante un caso mínimo ciertas implicaciones
mayores.
EXAMINEMOS ALGUNAS DE LAS
IMPLICACIONES DE ESTE PASAJE.
Primero, muy obviamente, el texto cita, no
un caso de aborto deliberado sino un caso de aborto accidental. Si el castigo
por incluso un caso accidental era tan severo, es obvio que se prohíbe
firmemente el aborto deliberadamente inducido. No es necesario prohibir el
aborto deliberado, puesto que ya esta ley lo ha eliminado.
Segundo, la pena hasta por un aborto
accidental es la muerte. Si un hombre que, en el curso de una pelea, sin
intención tropieza con una mujer embarazada y la hace abortar, debe sufrir la
pena de muerte, ¿cuánto mucho más cualquier persona que intencionalmente induce
un aborto?
Tercero, aun cuando no resulte ningún
daño ni para la madre ni para el feto, el hombre en el caso tiene que pagar una
multa y, en efecto, se le multa. Claro, la ley protege mucho a la mujer
embarazada y a su feto, así que toda madre encinta tiene un fuerte cerco de la
ley a su alrededor.
Cuarto, puesto que incluso un ave madre con
huevos o crías está cubierta por la ley (Dt 22: 6.7), se deduce que cualquier manipulación
del hecho del nacimiento es asunto serio; se prohíbe destruir la vida excepto
cuando la ley de Dios lo requiere o lo permite.
El cristianismo muy temprano se
vio confrontado con hecho tan realidad del aborto, puesto que el mundo
grecorromano lo consideraba válido si el estado lo consideraba aconsejable. La República de Platón habla muy
claro sobre el asunto:
Se debe hacer regla el que una
mujer tenga hijos para el estado desde los veinte a los cuarenta años; y que el
hombre, después de superar las ráfagas más agudas en la carrera de la vida, de
allí en adelante engendre hijos para el estado hasta que tenga cincuenta y
cinco años.
Si un hombre mayor o menor de
esta edad interfiere con la cuestión de engendrar hijos para la comunidad,
declararemos su acto una ofensa contra la religión y la justicia. Puesto que
está criando un hijo para el estado, si se evita su detección, en lugar de
haber sido engendrado bajo la sanción de sacrificios y oraciones que deben
ofrecer en toda ceremonia matrimonial los sacerdotes y sacerdotisas, y toda la
ciudad, para que los hijos que nazcan puedan ser incluso más virtuosos y más
útiles que sus padres virtuosos y útiles, habrán sido concebidos bajo la
cubierta de la oscuridad con la ayuda de manifiesta incontinencia.
La misma ley regirá si un hombre,
que todavía está en edad de ser padre, se mete con una mujer, que también tiene
edad apropiada, sin la introducción del magistrado; porque lo acusaremos de
criar para el estado un hijo ilegítimo, sin auspicio y no santo.
Pero tan pronto como las mujeres
y los hombres pasan la edad prescrita, permitiremos a los últimos, me imagino,
que se asocien libremente con quienquiera les plazca, siempre y cuando no sea
una hija, ni madre, o la hija del hijo, ni abuela; y de igual manera
permitiremos que las mujeres se asocien con cualquier hombre, excepto un hijo o
padre, o uno de sus parientes en línea directa, en ascendencia o descendencia;
pero solo después de darles órdenes estrictas de hacer lo mejor que puedan, si
fuera posible, para evitar cualquier hijo, si resultare concebido, vea la luz,
pero si eso no se puede hacer a veces, disponer del infante con el
entendimiento de que el fruto de tal unión no se debe criar.
Eso también es un plan razonable;
pero, ¿cómo deben distinguir a los padres, hijos, y parientes que acabas de
describir?
Por nada, respondí; solo, todos
los hijos que nacen entre el séptimo y décimo mes del que uno de esos números
se casa, debe llamarles, si son varones, sus hijos, y si son hembras, sus
hijas; y ellos deben llamarle padre, y a sus hijos llamará sus nietos; éstos
también le llamarán a él y a sus esposos y esposas similares, abuelos y
abuelas; de igual manera todos se consideraran como hermanos y hermanas los que
nacieron en el mismo período durante el cual sus propios padres y madres los
estaban trayendo al mundo; y cómo acabamos de decir, todos estos se abstendrán
de tocarse uno al otro.
Pero la ley permitirá relaciones
sexuales entre hermanos y hermanas, si la suerte cae de esa manera, y si las
sacerdotisas delfianas también dan su sanción.
Según esta perspectiva, el estado
es el orden máximo y el dios funcional del sistema, de modo que el estado puede
ordenar el aborto, el infanticidio y el incesto. La posición de Aristóteles fue
similar, en que exigía el aborto en donde se excedía el número de nacimientos
permitidos por el estado. En Roma, cuando se hizo ilegal el aborto para las
mujeres, no se hizo en base a la ley moral máxima, sino porque defraudaba al
esposo de la prole legítima.
Muy temprano, la iglesia condenó
el aborto (Didaqué, 2:2). Las Constituciones Apostólicas (VII, III) decían: «No
matarás al hijo causando aborto, ni matarás lo que es engendrado; porque todo
lo que es formado, y ha recibido de Dios un alma, si se mata, será vengado cómo
habiendo sido destruido injustamente, Éx 21:
23». Tertuliano (Apol 9) dijo
claramente la posición cristiana: «Interrumpir un nacimiento es meramente un
homicidio más rápido; ni tampoco importa si quitas la vida que nació, o
destruyes una que va a nacer. Este es un hombre que va a ser uno; tiene el
fruto ya en su simiente».
La actitud moderna hacia el
aborto ha sido cada vez más permisiva. Para A. E. Crawley la principal razón
era la pobreza, diciendo, en efecto, que «con mayor frecuencia de lo que se
piensa… la única razón es la pobreza». Haverlock Ellis vio la civilización
encaminándose a una reducción en el aborto conforme la vida se vuelve más
racional y científica. En otras palabras, el aborto no es pecado sino un remedio
primitivo para la angustia económica y la conducta sexual desenfrenada.
Sin embargo, los abortos no han
disminuido; la declinación de la autoridad de la ley bíblica ha llevado a un
aumento en los abortos. En 1946, el caso de aborto de Inez Burns en San
Francisco llevó al descubrimiento de que, en tanto que los nacimientos anuales
eran 16.000, los abortos anuales en esa ciudad ascendían a 18.000. En 1958, los
cálculos de abortos en los Estados Unidos iban de 200.000 a 1.200.000. La
evidencia indica que la mayoría de abortos los buscan mujeres casadas.
Un programa extensivo de la
década de 1960 afirmó el «derecho» de las mujeres al aborto, posición que
asumió la Asociación de Salud Pública de los Estados Unidos.
En la Unión Soviética los abortos
son legales y gratuitos. La legalización en California de los abortos
terapéuticos, con una amplia definición que permitía el aborto si la salud
mental o física de la madre podría sufrir daño, no detuvo los abortos ilegales;
la respuesta del autor de la medida fue un ruego de ampliar aun más la ley.
Bajo el impacto de la ideología
humanista, la situación legal se volvió muy nebulosa. En Boston, un niño nació
debido a un aborto que produjo un accidente. Su madre, Zaven Torigian, demandó
a los dueños de la camioneta por los daños recibidos al chocar contra su
automóvil y hacer que su hijo naciera prematuramente. Esta sentencia estuvo en conformidad
con la ley bíblica. Pero en Nueva York, la Sra. de Robert Stewart, que dio a
luz a un hijo retardado después de contraer sarampión y habérsele negado un aborto,
ganó una demanda contra el hospital que le negó el aborto.
Un estudio importante del aborto
en las sociedades «primitivas» reveló que su principal función vengarse contra
el padre, un aborrecimiento de la responsabilidad (los papúes de Geelvink Bay
declaran: «Los hijos son una carga y nos cansamos de ellos. Nos destruyen»), un
deseo de evitar la vergüenza, análogo del suicidio, un aborrecimiento de la
vida, un odio a los hombres y castración del padre. Como una huida de la
paternidad, la motivación del aborto es:
(1)
La preservación de la belleza:
(2)
el disfrute continuo de libertad e irresponsabilidad, y
(3)
evitar la abstinencia sexual común en muchas culturas durante el embarazo y la
lactancia.
La esencia de estos motivos es,
según Deveraux, «una huida neurótica de la madurez». Que estas sociedades
«primitivas» están conscientes de que el aborto es asesinato aparece en la
sección de Deveraux, «La escatología del feto».
Un significativo argumento en
contra del aborto apareció en la revista American
Bar Association Journal, escrito por el Dr. A. C. Mietus, profesor de
obstetricia y ginecología en la
UCLA, y su hermano, Norbert J. Mietus, presidente de la División de Administración de Empresas de la
Universidad Estatal de Sacramento. Según ellos, Dicen que los que deploran la pérdida de entre 5.000 a 10.000
madres anualmente en abortos
ilegales ignoran el millón y más niños nonatos «sacrificados en el proceso de este ataque masivo
a la vida humana».
Los hermanos Mietus dijeron que
algunos justificarían el aborto en el caso de infantes nonatos que nacerían
lisiados o defectuosos.
«¿Propondría algún médico de
reputación de tratarlo en lisiados VIVOS, o en los que tienen defectos mentales
o físicos, en comparables procedimientos a instancia propia? ¿Empezar por
eliminar a los padres seniles; y luego a los millones de ciegos?
«¿Seguir luego con los que están
confinados a la cama, después con los confinados en silla de ruedas y por
último con los que usan muletas? Procédase gradualmente con la disposición de
los millones que usan anteojos, que usan audífonos, o están equipados con
dientes falsos, o son demasiado gordos o demasiado flacos.
«¿En dónde se traza la línea
entre nivel de condición aceptable e inaceptable?» preguntaban los hermanos
Mietus. «Ningún ser humano es perfecto.
¿Sería el mundo, todavía más, en
realidad un mejor lugar después de la destrucción de millones de individuos
defectuosos? ¿Ha ganado o perdido el mundo por los servicios de un Miguel Ángel
epiléptico, o del sordo Edison, o del jorobado Steinmetz, o los Roosevelt:
tanto el asmático Teodoro como el paralizado por la polio Franklin?
«Hay que reconocer que a las
liberalizadas leyes del aborto lógicamente le seguirían las presiones por la
eutanasia legalizada. El ataque a la vida es esencialmente el mismo», dijeron.
La esencia de la exigencia de
aborto es volver al estatismo pagano, poner la vida de nuevo bajo el estado
antes que bajo Dios. Las implicaciones del aborto tienen que ver más que con el
feto: incluyen a todo hombre vivo.
La exigencia de aborto es
antinomiana hasta la médula. Significativamente, cuando un grupo de mujeres
jóvenes invadió la audiencia legislativa estatal de Nueva York para
interrumpirla con su demanda del rechazo total de la ley contraria al aborto,
declararon que «estaban cansadas de oír a los hombres debatir algo que era de
interés primordial para las mujeres. “ ¿Qué derecho tienen ustedes los hombres
de decirnos si podemos o no podemos tener un hijo?”, gritó una de las mujeres».
La lógica de esta posición es
reveladora; las mujeres sostenían que los hombres no pueden legislar con
respecto al alumbramiento, porque no son ellos los que dan a luz. La prueba de
la validez legislativa tanto en la ley como en los legisladores es, por tanto,
la experiencia. Por esta lógica, se puede aducir que los buenos ciudadanos no
pueden legislar respecto al asesinato, puesto que el acto del asesinato está
fuera de su experiencia.
La ideología humanista (y la
filosofía religiosa de la experiencia) lo reducen todo a la prueba de la
experiencia del hombre y de este modo socavan toda ley y orden. Los hombres que
no pueden, como las mujeres, tener hijos pueden
legislar con respecto al aborto porque el principio de la ley no es la
experiencia sino la palabra-ley de Dios.
Una nota final: un caso retórico
común de prueba pregunta si el médico debe intentar salvar la vida de la madre
o del hijo en un caso crítico. ¿La vida de quien se debe sacrificar? ¿La del
feto o de la madre? La pregunta es artificial, según médicos competentes. Un
médico trabaja en una crisis para salvar la vida y hace todo lo que puede por
la madre y el hijo.
Ningún médico al que se le
preguntó ha tenido tal «alternativa», sino solo la responsabilidad de hacer
siempre, momento por momento, todo por salvar la vida de la madre y del hijo.
La moralidad no se promueve al plantear preguntas artificiales cuyo propósito
es poner a una persona en el lugar que le corresponde a Dios.
En California, la ley
liberalizada del aborto condujo rápidamente a una crisis muy seria, que la
mayoría de las personas prefiere ignorar. El entonces gobernador Reagan
observó, el 22 de abril de 1970, que la ley estaba produciendo una situación horrible:
Reagan dijo: «Exigió mucho examen
de conciencia» para que firmara el edicto Bellenson de liberalización de 1967.
Según esa acta, los abortos se permiten
cuando la salud física o mental de la madre en perspectiva corre peligro, o
cuando el embarazo es producto de violación o incesto. Previamente, los abortos
se permitían solo cuando corría peligro la vida de la mujer.
«Permítanme decirles lo que ha
sucedido incluso con la liberalización que ya tenemos», les dijo Reagan a las
mujeres. Señalando a la sección de salud mental, el gobernador añadió:
«Nuestro Departamento de Salud
Pública nos ha dicho sus proyecciones de que si la tasa presente de aumento
continúan en California, de aquí a un año habrá más abortos que nacimientos en
este estado. Una gran proporción de ellos será financiada por Medi-Cal».
Dijo que «bajo un tecnicismo» una
«joven soltera» puede quedar encinta, solicitar beneficencia pública «y
automáticamente ser elegible para el aborto si lo quiere, bajo Medi-cal. Y todo
lo que tienen que hacer es ir a un psiquiatra y están hallando que es fácil
hacerlo, que pasará junto a su cama y dirá que tiene ellas tendencias
suicidas».
Reagan dijo que en Sacramento
«una muchacha de 15 años acababa de tener su tercer aborto, con el mismo
psiquiatra cada vez diciendo que ella tenía tendencias suicidas. No pienso que
el estado debiera dedicarse a ese negocio».
Mientras el gobernador hablaba,
el senador Anthony Bellenson había presentado un proyecto de ley para eliminar
todas las restricciones del aborto excepto el requisito de que debía hacerlo un
médico. El candidato democrático a la gobernación, Jess Unruh, respaldó la
propuesta de Bellenson.