9. LEYES MILITARES Y PRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

Las leyes militares de las Escrituras son de pertinencia especial para el hombre, puesto que incluyen no solo leyes de guerra sino un principio general importante.

AL EXAMINAR LAS LEYES MILITARES, HALLAMOS QUE:

Primero, cuando se libran guerras en defensa de la justicia y la supresión del mal, y en defensa del territorio natal contra el enemigo, son una parte del trabajo necesario de restitución o restauración, y por consiguiente se mencionan en las Escrituras como guerras del Señor (Nm 21: 14). La preparación de los soldados incluía una dedicación religiosa a la tarea (Jos 3: 5).
Segundo, la ley especificaba la edad de los soldados. Todos los hombres capaces de veinte años para arriba eran elegibles para el servicio militar (Nm 1: 2, 3, 18, 20, 45; 26: 2, 3). Este estándar prevaleció por mucho tiempo y fue, por ejemplo, principio básico en la guerra de independencia estadounidense. Era, sin embargo, un servicio selectivo (Nm 31: 3-6).
Por ejemplo, de los 46.500 elegibles de Rubén, 74.600 de Judá, y 35.400 de Benjamín (Nm 1) en la guerra contra Madián, se seleccionaron solo mil de cada tribu (Nm 31 :4). Determinar la elegibilidad de cada hombre capaz era en principio afirmar su disponibilidad en una crisis extrema.
Tercero, puesto que la guerra contra el mal es santa y realiza la tarea divina de restauración, Dios prometió proteger a sus hombres si se movían en términos de fe y obediencia. Según Éxodo 30:11-16: «En el censo, que es un acto militar, cada uno debía dar rescate (o sea, proveer una «cubierta») de su persona». Como Ewing anotó, «su propósito era hacer expiación por la vida de los que iban a la batalla». La palabra «mortandad» en Éxodo 30: 12 es la palabra hebrea negef, que «viene de una raíz primitiva que quiere decir empujar, acornear, derrotar, matar, golpear, empeorar.
Este rescate era por la vida del soldado, para que no muriera en la batalla». En la batalla contra Madián, citada arriba, 12.000 soldados israelitas incendiaron las ciudades de Madián y mataron a sus hombres. Trajeron al regresar 675.500 ovejas, 72.000 cabezas de ganado, 61.000 asnos, y 32.000 mujeres solteras, sin ninguna pérdida de vida.
De esto, un diezmo o porción se dio al Señor. Cuando se libra una guerra en términos de la ley de Dios en fe y obediencia a su palabra-ley, los hombres pueden contar con que Dios los protegerá y prosperará como lo experimentó Israel.
Cuarto, la ley proveía exención del servicio militar. El propósito de un ejército debía ser librar las batallas de Dios sin temor (Dt 20: 1-4). Se dan exenciones para varias clases de hombres:
(a) los que han construido una casa nueva y todavía no la han inaugurado ni disfrutado;
(b) los que han plantado una viña y todavía no han disfrutado de su fruto;
(c) y quien «se ha desposado con mujer, y no la ha tomado»; tales hombres tendrían una mente dividida en la batalla; finalmente,
(d) a todo «medroso y pusilánime» se le excusaba como peligroso para la moral del ejército, a fin de que «no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo» (Dt 20: 5-9). La exención de los recién casados era obligatoria según Deuteronomio 24: 5: «Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó». También estaban exentos del servicio militar:
(e) los levitas (Nm 1: 48, 49). Los levitas muy a menudo pelearon, pero estaban exentos de la conscripción.
De estas exenciones, aparece un principio general: la familia tiene prioridad sobre la guerra. El recién casado no puede servir; el nuevo hogar debe venir primero.
El nuevo agricultor similarmente está exento. Por importante que sea la defensa, la continuidad de la vida y la reconstrucción santa son más importantes.
Un quinto aspecto de la ley militar requiere limpieza en el campamento (Dt 23: 9-14). Se exige una letrina fuera del campamento, y una estaca «para que entierres tu excremento cuando hagas tus necesidades» (Dt 23: 13,). «Porque el Señor su Dios anda entre ustedes, en el campamento, para protegerlos y darles la victoria sobre sus enemigos; por lo tanto, el campamento de ustedes debe ser un lugar santo, para que Dios no vea ninguna cosa indecente en él, pues de lo contrario se apartaría de ustedes» (Dt 23: 14).
Otro principio general aparece de esta ley así como también en la primera y tercera leyes (arriba), es decir, que no basta que la causa sea santa; no solo la causa, sino el pueblo de la causa, deben ser santos, espiritual y físicamente.
Una sexta ley militar requiere que, antes de un ataque, o más bien, una declaración de guerra, se le extienda al enemigo una oferta de paz. La oferta de paz no puede ser una oferta de acomodo. La causa, si es justa, se debe mantener; el enemigo debe rendirse para obtener la paz (Dt 23: 9-14).
Un «ataque repentino» después de una declaración, a la manera de Gedeón, es legítimo; las hostilidades ya están en marcha. Pero, antes de una declaración de guerra, se requiere un esfuerzo por negociar con honor la causa. El toque formal de las trompetas, tanto antes de la guerra como para regocijarse en el tiempo de victoria, ponían la causa ante Dios con la expectativa de victoria y gratitud por ella (Nm 10: 9, 10).
Séptimo, la guerra no es juego de niños. Es algo lúgubre y horrible, aunque necesaria.
A los cananitas contra quienes Israel libró guerra Dios los había sentenciado a muerte. Eran degenerados espiritual y moralmente. Casi todo tipo de perversión era un acto religioso; y clases numerosas de prostitutas y prostitutos eran parte de rutina de los lugares sagrados.
Por eso, Dios ordenó que se matara a todos los cananitas (Dt 2: 34; 3: 6; 20: 16-18; Jos 11: 14), porque estaban bajo la sentencia de muerte dictada por Dios, y para evitar la contaminación de Israel. Entre los pueblos relacionados y adyacentes cuya depravación era similar pero no total, se mataba a los hombres (Nm 31: 7; Dt 1: 1, 2, 16; 20: 16, 17) y a veces también a las mujeres casadas (Nm 31: 17, 18), pero se dejaba con vida a las vírgenes (Nm 31: 18).
Con otros países extranjeros, de mayor trascendencia, a cualquier mujer tomada como prisionera se le podía tomar como esposa, pero no la podían tratar como esclava ni cautiva (Dt 21: 10-14), lo que indicaba claramente la diferencia en carácter nacional entre los cananitas y otros pueblos.
Estas provisiones por lo general se condenan en la edad moderna, que ha recurrido hipócritamente a la guerra más salvaje y total de la historia. Estas leyes no se aplicaban a todos los pueblos y no solo a los más depravados.
Afirman un principio general todavía válido: si la guerra es para castigar o destruir el mal, el trabajo de restauración exige que esto se haga, que se derroque el orden perverso, y, en algunos casos, que se ejecute a algunas o a muchas personas.
Los juicios por crímenes de guerra después de la Segunda Guerra Mundial representaban una ley ex post facto (y el senador Robert Taft se opuso con razón); también se basaban en principios legales débiles y humanista os y también fueron indebidamente producto de las exigencias de la Unión Soviética. No son, pues, ejemplos apropiados de este principio. Pero el principio general de la culpa es válido; si no hay culpa en una guerra, tampoco hay justicia. Este ha sido el caso en la mayor parte de guerras; no ha habido justicia, y por consiguiente ningún concepto real de culpa.
Octavo, el propósito normal de la guerra es defensivo; por eso, a Israel se le prohibió el uso de más de un número limitado de caballos (Dt 17: 16), puesto que los caballos eran arma ofensiva en la guerra antigua.
Por lo tanto, aparece otro principio general: puesto que hay que librar la guerra solo en una causa justa, y, normalmente, en defensa del territorio y de la justicia, el derecho a objeción de conciencia quiere decir que uno tiene un derecho moral a negarse a respaldar una guerra impía.
Noveno, una ley militar muy importante aparece en Deuteronomio 20:19, 20, que incorpora un principio básico de implicaciones de muy largo alcance. Según esta ley,
Cuando sities a alguna ciudad, peleando contra ella muchos días para tomarla, no destruirás sus árboles metiendo hacha en ellos, porque de ellos podrás comer; y no los talarás, porque el árbol del campo no es hombre para venir contra ti en el sitio. Mas el árbol que sepas que no lleva fruto, podrás destruirlo y talarlo, para construir baluarte contra la ciudad que te hace la guerra, hasta sojuzgarla.
La última porción del Deuteronomio 20:19 algunos traductores traducen como: «¿Son acaso hombres los árboles del campo para que los trates como a sitiados?» (LAT). En otras palabras, la guerra no se debe librar contra la tierra, sino contra los hombres. Pero, incluso más central, la vida debe seguir, y los árboles frutales y las viñas representan en todo momento una herencia del pasado y una herencia para el futuro; no hay que destruirlos. Otros árboles se pueden derribar, pero solo según sea necesario «para construir baluarte contra la ciudad». La destrucción injustificada no se permitía.
Relacionado a esto hay una palabra de Salomón: «El provecho de la tierra es para todos; el rey mismo está sujeto a los campos» (Ec 5:9). Esto lo traducen otros como «El país avanzará si el rey se pone al servicio de los campos» (LAT).
Esta palabra, y la ley respecto a los árboles frutales y otros árboles, resulta en un principio general importante: la producción es antes que la política. La guerra es un aspecto de la vida del orden político, y su papel es importante, pero la producción es más básica. Sin producción, sin los árboles frutales y el agricultor, el obrero y el fabricante, no hay país que defender.
La prioridad de la política es una herejía moderna que está destruyendo continuamente al mundo; solo la gran vitalidad de la libre empresa está manteniendo el nivel de producción frente a las grandes desventajas e interferencias políticas. En cualquier orden santo, por consiguiente, la producción, la libertad de empresa, siempre debe venir antes que la política, tanto en la guerra como en la paz.
Décimo, y finalmente, las leyes del botín proveían una recompensa para los soldados (Nm 31: 21-31, 29, 30, 42; Dt 20:14), así que hay base legal no solo para la paga de los soldados sino también una pensión, una recompensa por sus servicios.
La indemnización de guerra era un aspecto de la pena impuesta sobre un enemigo (2ª R 3: 4) como pena por su agresión, y para compensar por los costos de la guerra.
En términos de las Escrituras, en un mundo pecador, la guerra es horrible, pero es una necesidad a fin de vencer al mal. El sumario de Clark va al punto:
Según las Escrituras, «No hay paz para los malos» (Is 48: 22; 57:21), y es inútil clamar «Paz, paz; y no hay paz» (Jer 6: 14). Si los hombres quieren tener paz, deben «busca[r] primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [les] serán añadidas» (Mt 6: 33), porque la paz es «la labor de la justicia» (Is 32: 17), y no puede haber paz universal y duradera sino cuando «La justicia y la paz se besaron» (Sal 85: 10).

Habrá paz cuando «los moradores del mundo aprendan justicia». Es «en lo postrero de los tiempos» (Is 2: 2) y cuando «Jehová solo será exaltado» (Is 2: 11) que, «las naciones volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2:4).