INTRODUCCIÓN
Las leyes militares de las
Escrituras son de pertinencia especial para el hombre, puesto que incluyen no
solo leyes de guerra sino un principio general importante.
AL EXAMINAR LAS LEYES MILITARES,
HALLAMOS QUE:
Primero, cuando se libran guerras en
defensa de la justicia y la supresión del mal, y en defensa del territorio
natal contra el enemigo, son una parte del trabajo necesario de restitución o
restauración, y por consiguiente se mencionan en las Escrituras como guerras
del Señor (Nm 21: 14). La preparación de los soldados incluía una dedicación
religiosa a la tarea (Jos 3: 5).
Segundo, la ley especificaba la edad de
los soldados. Todos los hombres capaces de veinte años para arriba eran
elegibles para el servicio militar (Nm 1: 2, 3, 18, 20, 45; 26: 2, 3). Este
estándar prevaleció por mucho tiempo y fue, por ejemplo, principio básico en la
guerra de independencia estadounidense. Era, sin embargo, un servicio selectivo
(Nm 31: 3-6).
Por ejemplo, de los 46.500
elegibles de Rubén, 74.600 de Judá, y 35.400 de Benjamín (Nm 1) en la guerra
contra Madián, se seleccionaron solo mil de cada tribu (Nm 31 :4). Determinar
la elegibilidad de cada hombre capaz era en principio afirmar su disponibilidad
en una crisis extrema.
Tercero, puesto que la guerra contra el
mal es santa y realiza la tarea divina de restauración, Dios prometió proteger
a sus hombres si se movían en términos de fe y obediencia. Según Éxodo
30:11-16: «En el censo, que es
un acto militar, cada uno debía dar rescate (o sea, proveer una
«cubierta») de su persona». Como Ewing anotó, «su propósito era hacer expiación
por la vida de los que iban a la batalla». La palabra «mortandad» en Éxodo 30: 12
es la palabra hebrea negef, que
«viene de una raíz primitiva que quiere decir empujar, acornear, derrotar,
matar, golpear, empeorar.
Este rescate era por la vida del
soldado, para que no muriera en la batalla». En la batalla contra Madián,
citada arriba, 12.000 soldados israelitas incendiaron las ciudades de Madián y
mataron a sus hombres. Trajeron al regresar 675.500 ovejas, 72.000 cabezas de
ganado, 61.000 asnos, y 32.000 mujeres solteras, sin ninguna pérdida de vida.
De esto, un diezmo o porción se
dio al Señor. Cuando se libra una guerra en términos de la ley de Dios en fe y
obediencia a su palabra-ley, los hombres pueden contar con que Dios los
protegerá y prosperará como lo experimentó Israel.
Cuarto, la ley proveía exención del
servicio militar. El propósito de un ejército debía ser librar las batallas de
Dios sin temor (Dt 20: 1-4). Se dan exenciones para varias clases de hombres:
(a)
los que han construido una casa nueva y todavía no la han inaugurado ni
disfrutado;
(b)
los que han plantado una viña y todavía no han disfrutado de su fruto;
(c)
y quien «se ha desposado con mujer, y no la ha tomado»; tales hombres tendrían
una mente dividida en la batalla; finalmente,
(d)
a todo «medroso y pusilánime» se le excusaba como peligroso para la moral del
ejército, a fin de que «no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón
suyo» (Dt 20: 5-9). La exención de los recién casados era obligatoria según
Deuteronomio 24: 5: «Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra,
ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para
alegrar a la mujer que tomó». También estaban exentos del servicio militar:
(e)
los levitas (Nm 1: 48, 49). Los levitas muy a menudo pelearon, pero estaban
exentos de la conscripción.
De estas exenciones, aparece un
principio general: la familia tiene
prioridad sobre la guerra. El recién casado no puede servir; el nuevo
hogar debe venir primero.
El nuevo agricultor similarmente
está exento. Por importante que sea la
defensa, la continuidad de la vida y la reconstrucción santa son más
importantes.
Un quinto aspecto de la ley militar
requiere limpieza en el campamento (Dt 23: 9-14). Se exige una letrina fuera
del campamento, y una estaca «para que entierres tu excremento cuando hagas tus
necesidades» (Dt 23: 13,). «Porque el Señor su Dios anda entre ustedes, en el
campamento, para protegerlos y darles la victoria sobre sus enemigos; por lo tanto,
el campamento de ustedes debe ser un lugar santo, para que Dios no vea ninguna
cosa indecente en él, pues de lo contrario se apartaría de ustedes» (Dt 23: 14).
Otro principio general aparece de
esta ley así como también en la primera y tercera leyes (arriba), es decir, que no basta que la causa sea santa; no solo
la causa, sino el pueblo de la
causa, deben ser santos, espiritual y físicamente.
Una sexta ley militar requiere que, antes
de un ataque, o más bien, una declaración de guerra, se le extienda al enemigo
una oferta de paz. La oferta de paz no puede ser una oferta de acomodo. La
causa, si es justa, se debe mantener; el enemigo debe rendirse para obtener la
paz (Dt 23: 9-14).
Un «ataque repentino» después de
una declaración, a la manera de Gedeón, es legítimo; las hostilidades ya están
en marcha. Pero, antes de una declaración de guerra, se requiere un esfuerzo por
negociar con honor la causa. El toque formal de las trompetas, tanto antes de
la guerra como para regocijarse en el tiempo de victoria, ponían la causa ante
Dios con la expectativa de victoria y gratitud por ella (Nm 10: 9, 10).
Séptimo, la guerra no es juego de niños.
Es algo lúgubre y horrible, aunque necesaria.
A los cananitas contra quienes
Israel libró guerra Dios los había sentenciado a muerte. Eran degenerados
espiritual y moralmente. Casi todo tipo de perversión era un acto religioso; y
clases numerosas de prostitutas y prostitutos eran parte de rutina de los
lugares sagrados.
Por eso, Dios ordenó que se
matara a todos los cananitas (Dt 2: 34; 3: 6; 20: 16-18; Jos 11: 14), porque
estaban bajo la sentencia de muerte dictada por Dios, y para evitar la
contaminación de Israel. Entre los pueblos relacionados y adyacentes cuya
depravación era similar pero no total, se mataba a los hombres (Nm 31: 7; Dt 1:
1, 2, 16; 20: 16, 17) y a veces también a las mujeres casadas (Nm 31: 17, 18),
pero se dejaba con vida a las vírgenes (Nm 31: 18).
Con otros países extranjeros, de
mayor trascendencia, a cualquier mujer tomada como prisionera se le podía tomar
como esposa, pero no la podían tratar como esclava ni cautiva (Dt 21: 10-14),
lo que indicaba claramente la diferencia en carácter nacional entre los
cananitas y otros pueblos.
Estas provisiones por lo general
se condenan en la edad moderna, que ha recurrido hipócritamente a la guerra más
salvaje y total de la historia. Estas leyes no se aplicaban a todos los pueblos
y no solo a los más depravados.
Afirman un principio general
todavía válido: si la guerra es para
castigar o destruir el mal, el trabajo de restauración exige que esto se haga,
que se derroque el orden perverso, y, en algunos casos, que se ejecute a
algunas o a muchas personas.
Los juicios por crímenes de guerra después de la
Segunda Guerra Mundial representaban una
ley ex post facto (y el senador Robert Taft se opuso con razón); también
se basaban en principios
legales débiles y humanista os y también fueron indebidamente producto de las exigencias de la Unión
Soviética. No son, pues, ejemplos apropiados de este principio. Pero el principio general de la culpa es válido; si no hay culpa en una guerra, tampoco hay justicia.
Este ha sido el caso en la mayor parte de guerras; no ha habido justicia, y por consiguiente ningún concepto real
de culpa.
Octavo, el propósito normal de la guerra
es defensivo; por eso, a Israel se le prohibió el uso de más de un número
limitado de caballos (Dt 17: 16), puesto que los caballos eran arma ofensiva en
la guerra antigua.
Por lo tanto, aparece otro
principio general: puesto que hay que
librar la guerra solo en una causa justa, y, normalmente, en defensa del
territorio y de la justicia, el derecho a objeción de conciencia quiere decir
que uno tiene un derecho moral a negarse a respaldar una guerra impía.
Noveno, una ley militar muy importante
aparece en Deuteronomio 20:19, 20, que incorpora un principio básico de
implicaciones de muy largo alcance. Según esta ley,
Cuando sities a alguna ciudad,
peleando contra ella muchos días para tomarla, no destruirás sus árboles
metiendo hacha en ellos, porque de ellos podrás comer; y no los talarás, porque
el árbol del campo no es hombre para venir contra ti en el sitio. Mas el árbol
que sepas que no lleva fruto, podrás destruirlo y talarlo, para construir
baluarte contra la ciudad que te hace la guerra, hasta sojuzgarla.
La última porción del
Deuteronomio 20:19 algunos traductores traducen como: «¿Son acaso hombres los
árboles del campo para que los trates como a sitiados?» (LAT). En otras
palabras, la guerra no se debe librar contra la tierra, sino contra los hombres.
Pero, incluso más central, la vida debe seguir, y los árboles frutales y las
viñas representan en todo momento una herencia del pasado y una herencia para
el futuro; no hay que destruirlos. Otros árboles se pueden derribar, pero solo según
sea necesario «para construir baluarte contra la ciudad». La destrucción injustificada
no se permitía.
Relacionado a esto hay una
palabra de Salomón: «El provecho de la tierra es para todos; el rey mismo está
sujeto a los campos» (Ec 5:9). Esto lo traducen otros como «El país avanzará si
el rey se pone al servicio de los campos» (LAT).
Esta palabra, y la ley respecto a
los árboles frutales y otros árboles, resulta en un principio general
importante: la producción es antes que
la política. La guerra es un aspecto de la vida del orden político, y su
papel es importante, pero la producción es más básica. Sin producción, sin los
árboles frutales y el agricultor, el obrero y el fabricante, no hay país que
defender.
La
prioridad de la política es una herejía moderna que está destruyendo continuamente al
mundo; solo la gran vitalidad de la libre empresa está manteniendo el nivel de
producción frente a las grandes desventajas e interferencias políticas. En
cualquier orden santo, por consiguiente, la producción, la libertad de empresa,
siempre debe venir antes que la política, tanto en la guerra como en la paz.
Décimo, y finalmente, las leyes del botín
proveían una recompensa para los soldados (Nm 31: 21-31, 29, 30, 42; Dt 20:14),
así que hay base legal no solo para la paga de los soldados sino también una
pensión, una recompensa por sus servicios.
La indemnización de guerra era un
aspecto de la pena impuesta sobre un enemigo (2ª R 3: 4) como pena por su
agresión, y para compensar por los costos de la guerra.
En términos de las Escrituras, en
un mundo pecador, la guerra es horrible, pero es una necesidad a fin de vencer
al mal. El sumario de Clark va al punto:
Según las Escrituras, «No hay paz
para los malos» (Is 48: 22; 57:21), y es inútil clamar «Paz, paz; y no hay paz»
(Jer 6: 14). Si los hombres quieren tener paz, deben «busca[r] primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [les] serán añadidas» (Mt 6: 33),
porque la paz es «la labor de la justicia» (Is 32: 17), y no puede haber paz
universal y duradera sino cuando «La justicia y la paz se besaron» (Sal 85: 10).
Habrá paz cuando «los moradores del
mundo aprendan justicia». Es «en lo postrero de los tiempos» (Is 2: 2) y cuando
«Jehová solo será exaltado» (Is 2: 11) que, «las naciones volverán sus espadas en
rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación,
ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2:4).